De un tiempo a esta parte, en el cine de horror hay una tendencia a confundir gore con el terror, como si ambos fuesen sinónimos. Así, tenemos en esta etiqueta al sinfín de películas de Saw, las mismas Hostel, Wrong Turn, Rest Stop, las insufribles Final Destination, etc. Pero hagamos una pausa. Esta no es una crítica cucufata que prenda hogueras contra este término, “torture porn”, que viene a llenarnos de vísceras y mutilaciones y decirnos que esto es suficiente para aterrarnos. De hecho, se puede hacer eso y conseguir esa sensación sin perderse en un marasmo de sangre sin sentido. The Last House on the Left o Haute Tension me parece que son excelentes ejemplos de cómo la destrucción de un cuerpo no es un recurso gratuito sino que sirve para potenciar la narrativa de la película. Pero otras, lamentablemente se obsesionan tanto en esto que pierden el rumbo. Un claro ejemplo es la saga de Hostel.
Hostel II (2007) continúa la historia de Eli Roth sobre un grupo de millonarios que tiene en Eslovaquia un tipo de club de caza, donde las víctimas son jóvenes americanos en mayor medida, y de otras nacionalidades. Estos individuos pagan astronómicas cifras por hacerse con estas presas y matarlas de la manera más cruel posible. Esta descripción es precisa para ambas películas, lo que ya va indicado el pobre trabajo que se hizo para la secuela. Pero decido hacer una crítica de la secuela y no de la original por un motivo. En esta película se trazó de manera más palpable esta suerte de obscenidad del capitalismo, donde la saturación del dinero y el poder lleva a estos individuos del club a un grado de enajenación tal, que el ser humano se cosifica, se vuelve una mercancía para hacer con esta lo que uno desee. Y lo que es peor, ante esta instancia omnipotente, sádica e inmoral, donde el hombre se enfrenta a un laberinto sin fin del que no puede sustraerse ni sobrevivir. Aunque el tema es rescatable pues pareciera estar metiendo el dedo en la llaga de un síntoma de esta sociedad de consumo y la frustración del hombre contemporáneo, lamentablemente es tocado de una manera evidente, burda y demasiado tosca.
Lo cual tampoco debería sorprendernos pues pareciera que esta película está dirigida a una masa que no procesa lo que ve en pantalla. Y repito que no lo digo despectivamente o por estar en contra de la violencia sino por la manera que ésta es usada. Traigo a colación la muy buena película de M. Haneke, Funny Games, y el sentido detrás de ella. Precisamente nos sirve para pensar cómo el autor abdica su responsabilidad moral por lo que se muestra en pantalla para transferírsela al espectador y el papel que tiene éste frente a lo que ve y cómo reacciona ante la construcción fílmica de la violencia, sobre todo cuando llega a un nivel injustificado y absurdo. Allí, la solución implícita es que ante el sinsentido, lo mejor es tomar el control remoto. Cosa que debí haber hecho cuando en Hostel II le cortan la cabeza a la modelo y empiezan a jugar fútbol. Un momento demasiado bajo y ofensivo.
Si eso no fuese lo suficientemente irritante, no pude evitar sentirme incómodo por este tufillo moralizador en ambos filmes, que además es una característica intrínseca en la mayoría de películas de slashers y su obsesión por el castigo a los adolescentes calentones, drogadictos y ebrios, películas que pueden entenderse como una mirada punitiva a una edad de excesos. No por gusto en Hostel, son viejos los que castigan a estas muchachas y muchachos descarriados. Quizá en esto podemos encontrar un buen punto a favor de Saw (Por ejemplo en Saw 6 y su crítica al sistema del seguro social), donde se apunta no a un castigo focalizado al individuo sino un espectro más amplio, es un castigo a toda la sociedad.
Con muy pocos puntos a favor, y eso que rescato el cameo de Ruggero Deodato (Cannibal Holocaust) comiéndose vivo a su víctima, este film tira al suelo con su pésima ejecución (tanto que podría haber durado media hora e incluso quedar mejor) cualquier intento por contar una historia que resulte interesante. En resumen, destruir un cuerpo puede ser un recurso acertado, impactante, preciso. Pero un recurso, no el eje narrativo. El hecho es que Hostel II no es tanto una película de horror como sí un horror de película.
Hostel II (2007) continúa la historia de Eli Roth sobre un grupo de millonarios que tiene en Eslovaquia un tipo de club de caza, donde las víctimas son jóvenes americanos en mayor medida, y de otras nacionalidades. Estos individuos pagan astronómicas cifras por hacerse con estas presas y matarlas de la manera más cruel posible. Esta descripción es precisa para ambas películas, lo que ya va indicado el pobre trabajo que se hizo para la secuela. Pero decido hacer una crítica de la secuela y no de la original por un motivo. En esta película se trazó de manera más palpable esta suerte de obscenidad del capitalismo, donde la saturación del dinero y el poder lleva a estos individuos del club a un grado de enajenación tal, que el ser humano se cosifica, se vuelve una mercancía para hacer con esta lo que uno desee. Y lo que es peor, ante esta instancia omnipotente, sádica e inmoral, donde el hombre se enfrenta a un laberinto sin fin del que no puede sustraerse ni sobrevivir. Aunque el tema es rescatable pues pareciera estar metiendo el dedo en la llaga de un síntoma de esta sociedad de consumo y la frustración del hombre contemporáneo, lamentablemente es tocado de una manera evidente, burda y demasiado tosca.
Lo cual tampoco debería sorprendernos pues pareciera que esta película está dirigida a una masa que no procesa lo que ve en pantalla. Y repito que no lo digo despectivamente o por estar en contra de la violencia sino por la manera que ésta es usada. Traigo a colación la muy buena película de M. Haneke, Funny Games, y el sentido detrás de ella. Precisamente nos sirve para pensar cómo el autor abdica su responsabilidad moral por lo que se muestra en pantalla para transferírsela al espectador y el papel que tiene éste frente a lo que ve y cómo reacciona ante la construcción fílmica de la violencia, sobre todo cuando llega a un nivel injustificado y absurdo. Allí, la solución implícita es que ante el sinsentido, lo mejor es tomar el control remoto. Cosa que debí haber hecho cuando en Hostel II le cortan la cabeza a la modelo y empiezan a jugar fútbol. Un momento demasiado bajo y ofensivo.
Si eso no fuese lo suficientemente irritante, no pude evitar sentirme incómodo por este tufillo moralizador en ambos filmes, que además es una característica intrínseca en la mayoría de películas de slashers y su obsesión por el castigo a los adolescentes calentones, drogadictos y ebrios, películas que pueden entenderse como una mirada punitiva a una edad de excesos. No por gusto en Hostel, son viejos los que castigan a estas muchachas y muchachos descarriados. Quizá en esto podemos encontrar un buen punto a favor de Saw (Por ejemplo en Saw 6 y su crítica al sistema del seguro social), donde se apunta no a un castigo focalizado al individuo sino un espectro más amplio, es un castigo a toda la sociedad.
Con muy pocos puntos a favor, y eso que rescato el cameo de Ruggero Deodato (Cannibal Holocaust) comiéndose vivo a su víctima, este film tira al suelo con su pésima ejecución (tanto que podría haber durado media hora e incluso quedar mejor) cualquier intento por contar una historia que resulte interesante. En resumen, destruir un cuerpo puede ser un recurso acertado, impactante, preciso. Pero un recurso, no el eje narrativo. El hecho es que Hostel II no es tanto una película de horror como sí un horror de película.
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