jueves, 7 de julio de 2011

Die Fälscher


Antes de ver Los Falsificadores (2007), lo que conocía de Stefan Ruzowitzky se remitía a una película alemana de horror llamada Anatomía (2000) que valgan verdades, era bastante interesante. Hace poco más de un mes, comentaba con unos amigos que estaba viendo bastantes películas sobre nazis y uno de ellos me recomendó que viera ésta, añadiendo el hecho que por algo ganó el Oscar a mejor película extranjera en el 2008.

A puertas de la consolidación del poder del nazismo, Sally Sorowitsch (Karl Markovics) era el más renombrado falsificador en Alemania. A pesar de su ascendencia judía, Sorowitsch no duda en mostrar reparos a la idea de “nuestra patria” de la que otros judíos le hablaban. Probablemente por ser un estafador, Sally está convencido que la supervivencia está por encima del sentido de comunidad.


Al ser arrestado por el oficial Friedrich Herzog (Devid Striesow), es llevado primero a una prisión por ser criminal y luego a un campo de concentración por ser judío. En ambos lugares, una sola lógica puede aplicarse. En esos infiernos no hay salida y uno debe buscar la manera de sobrevivir. Como afirma Sorowitch, o uno se adapta o perece. En el caso de Sally, es su capacidad artística lo que le permite escapar de la muerte o mejor dicho, prolongar su vida.

Con la economía de la Alemania Nazi en crisis por efecto de la guerra y al mismo tiempo, como un plan para desbaratar la economía de sus rivales con dinero falsificado, el Tercer Reich ideó la Operación Bernhard. Sorowitsch es reclutado por el ahora oficial de la SS Herzog quien muestra una empatía cínica hacia los prisioneros. No los trata precisamente como presos sino como colaboradores del Reich y hasta socarronamente los saluda como “Queridos judíos”.




En el campo, se puede ver el proceso de conversión de Sorowitsch a partir de dos ejes. El primero se da en la tensión entre los mismos prisioneros judíos. Por un lado entre los burgueses, dueños de bancos y el resto de criminales. Sorowitsch es un ladrón y el resto de prisioneros percibe que él no tiene honor y su única preocupación es sobrevivir a cualquier costo. Esto se hace más evidente en la escena de la ducha donde uno de los prisioneros entra en crisis pensando que serán gaseados. En el desenlace de esta escena, está claro que la ayuda o compasión en el campo puede costarte la vida como casi le sucede a otro de los falsificadores, Burger (August Diehl), que se convertirá en una suerte de mirada inversa de Sorowitsch.

Esto en gran parte porque Burger quiere rebelarse al plan nazi. Mientras la mayoría de prisioneros tienen la idea que “sólo los venceremos si sobrevivimos”, en una suerte de resistencia pasiva, Burger busca algo más radical. Sabotear la Operación Bernhard, perjudicar al mismo campo de concentración. Sin embargo, la radicalidad de la situación es que es imposible sabotear el campo. Te cierra todas las posibilidades. Es por ello que muchos prisioneros se exasperan por el plan de Burger. Ellos dicen que no están para “ideales y toda esa mierda política”, pues es su propia vida la que está en juego. Así, la película hace un juego inteligente ya que Burger que a todas luces debería ser considerado el héroe, arriesga la vida de todos por un supuesto bien mayor.

Lo concreto, es que si uno toma en cuenta la posición heroica de Burger, o la de los que buscan sobrevivir, con Sorowitsch como ejemplo, lo que no se puede refutar es que ambos son un tipo de resistencia. O en otras palabras, la agencia del judío que no entrará por inercia a las puertas del infierno. La ética de la sobrevivencia (Sally) empieza cuando termina la ética de la tragedia (Burger), y lo interesante de la película es que hace bien en no inclinarse por ninguna. No se devalúa ninguna posición sino que las muestra para que el juicio parta de cada uno de nosotros.

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El horror de las elecciones morales

Por otro lado, es palpable la subjetividad del capitalismo. La película hace explícito que no existen más los grandes ideales y uno trabaja donde se lo emplee. La colaboración del nazismo no parte de una ideología ferviente sino de la posición del que se acomoda. De hecho, es palpable que la subjetividad cínica es parte del nazismo y por ello Herzog no duda en afirmar que ya “no hay Ideas, yo estoy donde se me necesite”. Y la ironía máxima de este oficial de la SS se da cuando toma consciencia de la inminente derrota del nazismo. Por ello recurre a Sally para que le falsifique unos pasaportes para escapar a Suiza. Y para mayor efecto, que los pasaportes sean judíos.

Lo curioso de todo esto, es que el personaje real en el cual está basado Herzog es Bernhard Krüger, que si bien era un oficial de la SS encargado de esta operación de falsificación, les dice a los prisioneros que demoren la falsificación del dólar a fin que puedan tener una chance de salvar sus vidas, lo cual logran con el fin de la guerra. Esto no es algo aislado pues termina de construir una trama que rehúye al bien y mal esencial. Aquí hay algo más que un héroe, más que una víctima, más que un sobreviviente. Aquí lo que permanece es un hombre.


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