Tenía mis dudas respecto a esta película de Peter Berg, y es que el único referente que tenía era The Rundown (2003) y eso no es mucho decir. Sin embargo, sin ser un film que vaya a pasar a la historia, Hancock (2008) llega a ser divertida y por momentos, especialmente al inicio casi es interesante.
Hancock tiene dos ejes que dividen a la película en dos puntos divergentes, aún cuando la intención era hacer uno la continuación del otro. Y lamentablemente, ese es el mayor defecto que tiene pues toda la primera parte, que es la construcción del héroe, un film de aprendizaje, termina estrellándose con los clichés del género de superhéroes, con los que nos bombardean las películas de Marvel.
No digo que eso sea malo, sino que una idea que parecía despegar, se da de bruces en el lugar común al que se recurre cuando no hay mucho que decir.
John Hancock (un siempre cumplidor Will Smith) era un bueno para nada. Un borrachín que vivía para sí mismo, sin mayor preocupación que el ahora mismo. Nada del otro mundo, excepto que tenía superpoderes: Indestructible, super fuerza, capacidad de volar y mala actitud. Con toda la ciudad en su contra por su falta de compromiso, solo el idealista Ray Embrey (Jason Bateman) a quien Hancock salva de morir, tiene confianza en él y decide “adiestrarlo” o resocializarlo para que cumpla el papel que debe cumplir: ser un héroe. Aunque esto también implique que Hancock vaya a la cárcel para pagar todos los daños que le ha costado a la ciudad, hasta que la ciudad lo necesite de nuevo. El tiempo en prisión es corto, pero Hancock ahora asume su rol como héroe, papel que él también anhelaba ya que deseaba ser aceptado. Es la búsqueda del lugar del singular. Pero la película da un vuelco sobre este punto. Nos enteramos que Hancock no es el único de su clase, sino que Mary (Charlize Theron) posee poderes similares y el film ahora se centra en estos dos personajes, la relación entre ellos, sus diferencias, etc. cuyas peleas apoteósicas le hacen ganar mucho en acción pero irremediablemente pierde toda la fuerza del discurso inicial.
Y es que la primera parte hacía hincapié en un tema básico para nuestra era. ¿Cómo sublimar nuestro yo a favor de inscribirnos en el todo social? En otras palabras, cómo pasar del “primero yo” al “primero nosotros”. No es algo fuera de lo común que el ciudadano de pie trate de sacarle la vuelta a la ley para hacer primar su propio goce. Pero no es algo de todos los días que un superhéroe viva el conflicto de querer vivir por encima de la ley cuando su deber lo reclama a estar por debajo de ella.
Hancock no es Superman, un excelso modelo de conducta, sino es uno como todos. La diferencia es que de casualidad tiene superpoderes. Eso lo hace familiar y genera una relación de empatía con el espectador. Lástima que dure tan poco ese discurso y se pase hacia lo común del género diluyendo el mensaje. No obstante, éste no ha pasado desapercibido y ahora vemos series como No Ordinary Family donde el “como todos” y la necesidad de aprendizaje como modo de inscribirse en lo colectivo sigue siendo una búsqueda de la época.
Hancock tiene dos ejes que dividen a la película en dos puntos divergentes, aún cuando la intención era hacer uno la continuación del otro. Y lamentablemente, ese es el mayor defecto que tiene pues toda la primera parte, que es la construcción del héroe, un film de aprendizaje, termina estrellándose con los clichés del género de superhéroes, con los que nos bombardean las películas de Marvel.
No digo que eso sea malo, sino que una idea que parecía despegar, se da de bruces en el lugar común al que se recurre cuando no hay mucho que decir.
John Hancock (un siempre cumplidor Will Smith) era un bueno para nada. Un borrachín que vivía para sí mismo, sin mayor preocupación que el ahora mismo. Nada del otro mundo, excepto que tenía superpoderes: Indestructible, super fuerza, capacidad de volar y mala actitud. Con toda la ciudad en su contra por su falta de compromiso, solo el idealista Ray Embrey (Jason Bateman) a quien Hancock salva de morir, tiene confianza en él y decide “adiestrarlo” o resocializarlo para que cumpla el papel que debe cumplir: ser un héroe. Aunque esto también implique que Hancock vaya a la cárcel para pagar todos los daños que le ha costado a la ciudad, hasta que la ciudad lo necesite de nuevo. El tiempo en prisión es corto, pero Hancock ahora asume su rol como héroe, papel que él también anhelaba ya que deseaba ser aceptado. Es la búsqueda del lugar del singular. Pero la película da un vuelco sobre este punto. Nos enteramos que Hancock no es el único de su clase, sino que Mary (Charlize Theron) posee poderes similares y el film ahora se centra en estos dos personajes, la relación entre ellos, sus diferencias, etc. cuyas peleas apoteósicas le hacen ganar mucho en acción pero irremediablemente pierde toda la fuerza del discurso inicial.
Y es que la primera parte hacía hincapié en un tema básico para nuestra era. ¿Cómo sublimar nuestro yo a favor de inscribirnos en el todo social? En otras palabras, cómo pasar del “primero yo” al “primero nosotros”. No es algo fuera de lo común que el ciudadano de pie trate de sacarle la vuelta a la ley para hacer primar su propio goce. Pero no es algo de todos los días que un superhéroe viva el conflicto de querer vivir por encima de la ley cuando su deber lo reclama a estar por debajo de ella.
Hancock no es Superman, un excelso modelo de conducta, sino es uno como todos. La diferencia es que de casualidad tiene superpoderes. Eso lo hace familiar y genera una relación de empatía con el espectador. Lástima que dure tan poco ese discurso y se pase hacia lo común del género diluyendo el mensaje. No obstante, éste no ha pasado desapercibido y ahora vemos series como No Ordinary Family donde el “como todos” y la necesidad de aprendizaje como modo de inscribirse en lo colectivo sigue siendo una búsqueda de la época.
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