Hace unos años, mientras escribía mi tesis, uno de mis profesores me sugirió que al escribir debía hacer visible al enunciador, es decir yo y mi relación con el objeto que analizo. Y es cierto, no existe una posición neutra desde donde escribo ni desde donde miro cine. Así, debo decir que tengo 30 años, tengo un trabajo de morondanga, no tengo una relación estable, tengo buenos amigos y principalmente, soy feliz con mi vida. Sin embargo, viene una amiga de Alemania e increpa al grupo de amigos por tener 30 años y no tener hijos ni familia. Inmaduros, nos dice entre líneas. La pertinencia de esta micro biografía, es encontrar las razones de mi empatía hacia Ted (2012) de Seth MacFarlane, una comedia que si bien me gustó, me costó un par de días encontrar el motivo y sobre todo, el saber explicarlo.
Partamos del hecho que el cine sostiene una cultura determinada, y cultura entendida como el modo de vivir, como las prácticas sociales que regulan al sujeto dentro de la sociedad y su interacción con los otros. En breve, es la manera como el ser humano se constituye como tal. Por tanto, el cine permite dar forma a lo irreconocible, a aquellas coordenadas que regulan al sujeto dentro de su sociedad. Entonces, es válido preguntarse qué es lo que puede decir el cine sobre el amor y el sexo y qué puedo encontrar yo, teniendo en cuenta mi escaso background sobre comedias (románticas). Ted cuenta la historia de John Bennett (Mark Wahlberg), un hombre que creció junto a su oso de peluche, Ted, quien gracias a un deseo mágico cobró vida y se convirtió en su mejor amigo. No obstante, ya adulto, el vínculo entre John y Ted, causa fricciones con las responsabilidades adultas. Es decir, el trabajo y sobre todo la relación de John con Lori (Mila Kunis) quien debe soportar que su novio se comporte aún como un niño.