Lo primero que pasa por mi cabeza al ver la versión en español de esta película es la expresión “traduttore, traditore!”. Traducida como el Ladrón de Bicicletas, nos lleva a pensar en un individuo, un sujeto marginal, un resto de la sociedad o hasta para usar una expresión marxista, una parte del lumpemproletariado, con individuos degradados y al margen de la legalidad. Sin embargo, Ladrones de Bicicletas como el título original señala, nos remite a otro problema social, a un fenómeno en lo colectivo. Ya no nos cerramos en un resultado: este sujeto de la clase más baja, sino a un estado que puede llevar a una clase a su degradación.
En efecto, es este proceso uno de los ejes fundamentales de Ladri di Biciclette (1948), película dirigida por Vittorio de Sica y una de los mejores ejemplo del llamado “neorrealismo”, término fallido para algunos críticos como Julio Cabrera quien teniendo en cuenta la ilusión del registro total e inmediato de la realidad, opta por una definición más acorde como “neopopulismo”. Pero regresando a la película, mencionaba que de Sica trabaja de manera excepcional el cómo el medio social condiciona al individuo en sus decisiones éticas. Buenas o malas, eso no le interesa tanto a la película pues el papel de juez no le concierne, sólo el registrar a éstas.
El protagonista de esta “tragedia proletaria” es Antonio Ricci (Lamberto Maggiorani), un hombre desempleado en una Italia de la posguerra, que debe encontrar imperiosamente un trabajo para mantener a su esposa e hijo Bruno (Enzo Staiola). Luego de un año de espera, encuentra un puesto para pegar afiches con la condición de poseer una bicicleta. Aunque él no la poseía, cualquier otra decisión que no fuese aceptar el puesto lo condenaba a regresar a esta masa desempleada. De tal modo que empeñó sus bienes para hacerse de ésta y comenzar a trabajar. Lamentablemente el primer día, su bicicleta es robada y comienza su odisea para recuperarla. La policía no puede ayudarlo (es una preocupación minúscula), su gremio por breves momentos (tienen otros preocupaciones más inmediatas), y termina sólo con su hijo buscando por toda Roma al ladrón. Finalmente logra encontrar algunas pistas y encara al supuesto delincuente. Pero éste se encontraba en su barrio y es protegido por sus vecinos. Sin pruebas, Ricci termina masticando su rabia y desesperación abandona el barrio. La bicicleta es su único medio para continuar trabajando, asegurar a su familia y seguir siendo el soporte de ésta. Pero ya no tiene nada. Ni trabajo, ni bicicleta, ni su papel como padre-pilar. Cegado por frustración y pesimismo, roba una bicicleta pero a diferencia de lo que le pasó a él, esta vez si hay testigos y lo terminan arrestando. Las lagrimas de Bruno, terminan por conmover al dueño de la bicicleta y suelta a Antonio quien ya tiene suficiente castigo con el pésimo ejemplo que le ha dado a su hijo. Envuelto en lágrimas, Antonio camina de nuevo hacia la masa para perderse por siempre no sin antes Bruno le extienda y apriete la mano.
Hay muchos ángulos desde los que se puede abordar la película, pero lo haremos desde los dos protagonistas, pues Bruno es definitivamente un punto nodal de sentido. A pesar de su corta edad, Bruno es ya un trabajador, participa en la vida social, comprende los dramas en su familia y sabe (más aún luego de la conversación con su padre en el restaurante) que el futuro familiar depende del trabajo y que éste gira alrededor de la bicicleta. La transición de Bruno es inversamente proporcional a la de Antonio. Mientras el padre comienza la película como el eje familiar para terminar encarnando aquello que desprecia, este sujeto marginal, Bruno termina empoderándose de esta posición masculina de ética moral y soporte. Tomemos dos ejemplos. En el mercado, cuando Bruno se pierde, es Antonio quien le toma de la mano. No sólo para asegurarse que no vuelva a perderse, sino para darle a su hijo su guía y protección. Esta escena se revierte al final. Antonio está llorando de humillación y rabia. Ahora es Bruno quien le extiende la mano, es él ahora quien está por encima del padre y quien lo sostiene cuando éste se derrumba.
Antonio al contrario de su hijo ha sido el protagonista de la descomposición de la sociedad. Él es a quien ésta le da la espalda, a que se ahogue en sus propias miserias mientras nosotros a duras penas podemos sobrevivir a las nuestras. Existen dos momentos que muestras someramente el status quo de lo que debería ser el mundo social. El primero, cuando Antonio y Bruno se preparan para un día de trabajo. Camaradería, alimentos, esperanza. El segundo es en el restaurante. La bicicleta se ha perdido, pero la tragedia del río cuando Antonio pensó perder a su hijo lo hizo ver que la familia es más importante. Otra vez, camaradería, alimentos… pero la esperanza de desvanece cuando ésta depende de lo económico. Antonio ha ido cayendo de su función como padre proveedor, tanto que su hijo ya le ha increpado su ineptitud (luego de la escena de la iglesia cuando Antonio deja a escapar al único vínculo con el ladrón) y termina por golpearlo. ¿Qué es un golpe? Sólo un síntoma que nuestra autoridad está siendo menoscabada y buscamos de cualquier manera mantenerla. Sin embargo, para Antonio esto será imposible y terminará por sucumbir a este orden social de injusticias.
Definitivamente Ladri se presta a muchas otras lecturas e interpretaciones. Mérito de ser una genial película. Pero yo me quedo con este análisis pues explica por qué no termina de generar una empatía total conmigo. De cierta manera y supongo que sesenta años de diferencia condicionan mi posición critica que demanda a un individuo que sí pueda sobreponerse a su entorno y dificultades y que pueda mantenerse hasta el final sin sucumbir ante ellas. Aún así, ésta es una de esas pocas películas que uno no puede morir sin haberla visto antes.
En efecto, es este proceso uno de los ejes fundamentales de Ladri di Biciclette (1948), película dirigida por Vittorio de Sica y una de los mejores ejemplo del llamado “neorrealismo”, término fallido para algunos críticos como Julio Cabrera quien teniendo en cuenta la ilusión del registro total e inmediato de la realidad, opta por una definición más acorde como “neopopulismo”. Pero regresando a la película, mencionaba que de Sica trabaja de manera excepcional el cómo el medio social condiciona al individuo en sus decisiones éticas. Buenas o malas, eso no le interesa tanto a la película pues el papel de juez no le concierne, sólo el registrar a éstas.
El protagonista de esta “tragedia proletaria” es Antonio Ricci (Lamberto Maggiorani), un hombre desempleado en una Italia de la posguerra, que debe encontrar imperiosamente un trabajo para mantener a su esposa e hijo Bruno (Enzo Staiola). Luego de un año de espera, encuentra un puesto para pegar afiches con la condición de poseer una bicicleta. Aunque él no la poseía, cualquier otra decisión que no fuese aceptar el puesto lo condenaba a regresar a esta masa desempleada. De tal modo que empeñó sus bienes para hacerse de ésta y comenzar a trabajar. Lamentablemente el primer día, su bicicleta es robada y comienza su odisea para recuperarla. La policía no puede ayudarlo (es una preocupación minúscula), su gremio por breves momentos (tienen otros preocupaciones más inmediatas), y termina sólo con su hijo buscando por toda Roma al ladrón. Finalmente logra encontrar algunas pistas y encara al supuesto delincuente. Pero éste se encontraba en su barrio y es protegido por sus vecinos. Sin pruebas, Ricci termina masticando su rabia y desesperación abandona el barrio. La bicicleta es su único medio para continuar trabajando, asegurar a su familia y seguir siendo el soporte de ésta. Pero ya no tiene nada. Ni trabajo, ni bicicleta, ni su papel como padre-pilar. Cegado por frustración y pesimismo, roba una bicicleta pero a diferencia de lo que le pasó a él, esta vez si hay testigos y lo terminan arrestando. Las lagrimas de Bruno, terminan por conmover al dueño de la bicicleta y suelta a Antonio quien ya tiene suficiente castigo con el pésimo ejemplo que le ha dado a su hijo. Envuelto en lágrimas, Antonio camina de nuevo hacia la masa para perderse por siempre no sin antes Bruno le extienda y apriete la mano.
Hay muchos ángulos desde los que se puede abordar la película, pero lo haremos desde los dos protagonistas, pues Bruno es definitivamente un punto nodal de sentido. A pesar de su corta edad, Bruno es ya un trabajador, participa en la vida social, comprende los dramas en su familia y sabe (más aún luego de la conversación con su padre en el restaurante) que el futuro familiar depende del trabajo y que éste gira alrededor de la bicicleta. La transición de Bruno es inversamente proporcional a la de Antonio. Mientras el padre comienza la película como el eje familiar para terminar encarnando aquello que desprecia, este sujeto marginal, Bruno termina empoderándose de esta posición masculina de ética moral y soporte. Tomemos dos ejemplos. En el mercado, cuando Bruno se pierde, es Antonio quien le toma de la mano. No sólo para asegurarse que no vuelva a perderse, sino para darle a su hijo su guía y protección. Esta escena se revierte al final. Antonio está llorando de humillación y rabia. Ahora es Bruno quien le extiende la mano, es él ahora quien está por encima del padre y quien lo sostiene cuando éste se derrumba.
Antonio al contrario de su hijo ha sido el protagonista de la descomposición de la sociedad. Él es a quien ésta le da la espalda, a que se ahogue en sus propias miserias mientras nosotros a duras penas podemos sobrevivir a las nuestras. Existen dos momentos que muestras someramente el status quo de lo que debería ser el mundo social. El primero, cuando Antonio y Bruno se preparan para un día de trabajo. Camaradería, alimentos, esperanza. El segundo es en el restaurante. La bicicleta se ha perdido, pero la tragedia del río cuando Antonio pensó perder a su hijo lo hizo ver que la familia es más importante. Otra vez, camaradería, alimentos… pero la esperanza de desvanece cuando ésta depende de lo económico. Antonio ha ido cayendo de su función como padre proveedor, tanto que su hijo ya le ha increpado su ineptitud (luego de la escena de la iglesia cuando Antonio deja a escapar al único vínculo con el ladrón) y termina por golpearlo. ¿Qué es un golpe? Sólo un síntoma que nuestra autoridad está siendo menoscabada y buscamos de cualquier manera mantenerla. Sin embargo, para Antonio esto será imposible y terminará por sucumbir a este orden social de injusticias.
Definitivamente Ladri se presta a muchas otras lecturas e interpretaciones. Mérito de ser una genial película. Pero yo me quedo con este análisis pues explica por qué no termina de generar una empatía total conmigo. De cierta manera y supongo que sesenta años de diferencia condicionan mi posición critica que demanda a un individuo que sí pueda sobreponerse a su entorno y dificultades y que pueda mantenerse hasta el final sin sucumbir ante ellas. Aún así, ésta es una de esas pocas películas que uno no puede morir sin haberla visto antes.
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