Hace un par de días, tuve la pésima experiencia de ver Final Destination 2 y comprobar cómo hay directores que piensan que los gritos y la explotación del gore son de por sí la clave del éxito para el horror. Felizmente, existen películas como The Descent (2005) de Neil Marshall (Dog Soldiers, Doomsday) que escapan de ser estos festines viscerales sin pies ni cabeza, para entregarnos un thriller de horror, con tensión dramática y llena de acción. Y si es violenta y gore, pues no es gratuita sino que persigue un fin que al final se logra.
La película se centra en Sarah (Shauna Macdonald) quien luego de tener un terrible accidente en donde pierde a su esposo e hija y un largo año de recuperación, es invitada por sus amigas Juno (Natalie Mendoza) y Beth (Alex Reid) junto a otras chicas fanáticas de la espeleología, a explorar una cueva para distraerse de su accidente. Sin embargo, cuando la salida se bloquea y deben buscar otra ruta de escape, comprobarán que algo más está junto a ellas en las profundidades y no son nada amigables. Es una premisa simple, pero que detona en el verdadero cuerpo de la película. El inicio es algo lento, pero permite construir bien a los personajes centrales, Sarah y Juno, y elevar el drama a medida que se enfrenten a estos merodeadores.
Al ver a Sarah, no pude dejar de compararla con el personaje principal de Doomsday: Eden Sinclair. En general, las heroínas de Marshall no son las scream queens típicas del cine de horror y menos aún víctimas o damiselas en desgracia. Al contrario, son mujeres empoderadas, fuertes no solo físicamente sino psicológicamente. Este último rasgo es obviamente más explotado en esta película en tanto deben sobreponerse a los miedos primarios que enfrentaran en la cueva. Es reconfortante ver como estas mujeres salen de la unidimensionalidad de un género visto como menor.
Es interesante detenerse un momento para pensar quién es el verdadero enemigo en la película. Por un lado están los crawlers, estos cazadores feroces que habitan la cueva, y son la exterioridad de la amenaza. Básicamente, sin ellos la película no funcionaría tan bien. Gracias a los crawlers, la película gana en velocidad, en acción y claro está, son el soporte físico de la historia de horror. Pero por otro lado, la cueva brinda su propia cuota de horror claustrofóbico y en esta oscuridad, saca a la luz los miedos básicos de los personajes y todos sus defectos. Por ejemplo, Holly (Nora-Jane Noone) que era la chica llena de energía y valiente, devela toda su fragilidad. O la misma Juno que muestra el terrible secreto que le ocultaba a Sarah, lo que terminará por definir no solo la amistad entre ellas, sino el destino de ambas protagonistas.
Para finalizar, no se puede dejar de lado que la angustia que sirve como soporte de toda la película, en gran medida es resultado de esta atmosfera opresiva. Pero también porque Marshall logra con pericia meter al espectador en la mirada de sus protagonistas. El uso de la videocámara, como un juego de metacine, nos hace ver lo que ellas ven, sentir el miedo que sienten. A veces el horror no necesita estar expuesto y explotándonos en la cara, sino que el pánico puede construirse con otros sentidos. Marshall lo hace muy bien, y el final de la película es genial en ese sentido. No el final americano, que nos deja esta sensación de un morboso happy ending, sino el original que lo que nos deja, es una sensación de nada total. Estamos exhaustos, vemos la salida de la cueva, estiramos las manos, pero Marshall la cierra. Un maestro.
La película se centra en Sarah (Shauna Macdonald) quien luego de tener un terrible accidente en donde pierde a su esposo e hija y un largo año de recuperación, es invitada por sus amigas Juno (Natalie Mendoza) y Beth (Alex Reid) junto a otras chicas fanáticas de la espeleología, a explorar una cueva para distraerse de su accidente. Sin embargo, cuando la salida se bloquea y deben buscar otra ruta de escape, comprobarán que algo más está junto a ellas en las profundidades y no son nada amigables. Es una premisa simple, pero que detona en el verdadero cuerpo de la película. El inicio es algo lento, pero permite construir bien a los personajes centrales, Sarah y Juno, y elevar el drama a medida que se enfrenten a estos merodeadores.
Al ver a Sarah, no pude dejar de compararla con el personaje principal de Doomsday: Eden Sinclair. En general, las heroínas de Marshall no son las scream queens típicas del cine de horror y menos aún víctimas o damiselas en desgracia. Al contrario, son mujeres empoderadas, fuertes no solo físicamente sino psicológicamente. Este último rasgo es obviamente más explotado en esta película en tanto deben sobreponerse a los miedos primarios que enfrentaran en la cueva. Es reconfortante ver como estas mujeres salen de la unidimensionalidad de un género visto como menor.
Es interesante detenerse un momento para pensar quién es el verdadero enemigo en la película. Por un lado están los crawlers, estos cazadores feroces que habitan la cueva, y son la exterioridad de la amenaza. Básicamente, sin ellos la película no funcionaría tan bien. Gracias a los crawlers, la película gana en velocidad, en acción y claro está, son el soporte físico de la historia de horror. Pero por otro lado, la cueva brinda su propia cuota de horror claustrofóbico y en esta oscuridad, saca a la luz los miedos básicos de los personajes y todos sus defectos. Por ejemplo, Holly (Nora-Jane Noone) que era la chica llena de energía y valiente, devela toda su fragilidad. O la misma Juno que muestra el terrible secreto que le ocultaba a Sarah, lo que terminará por definir no solo la amistad entre ellas, sino el destino de ambas protagonistas.
Para finalizar, no se puede dejar de lado que la angustia que sirve como soporte de toda la película, en gran medida es resultado de esta atmosfera opresiva. Pero también porque Marshall logra con pericia meter al espectador en la mirada de sus protagonistas. El uso de la videocámara, como un juego de metacine, nos hace ver lo que ellas ven, sentir el miedo que sienten. A veces el horror no necesita estar expuesto y explotándonos en la cara, sino que el pánico puede construirse con otros sentidos. Marshall lo hace muy bien, y el final de la película es genial en ese sentido. No el final americano, que nos deja esta sensación de un morboso happy ending, sino el original que lo que nos deja, es una sensación de nada total. Estamos exhaustos, vemos la salida de la cueva, estiramos las manos, pero Marshall la cierra. Un maestro.
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