Un poco de revisión histórica. 1982. Israel inicia la campaña Paz para Galilea e invade el Líbano para atacar las fuerzas de la OLP, Siria y una facción del Líbano en represalia al ataque a un político israelí. Ya en guerra, Bashir Gemayel es elegido presidente del Líbano, quien asumiría un contrapeso a la OLP y tendría que firmar la paz con Israel. Meses después, Bashir fue asesinado por un agente sirio con conexiones con líderes palestinos y musulmanes. En forma de respuesta, las fuerzas de Israel bajo comando de Ariel Sharon invadieron Beirut occidental y sitió campos de refugiados palestinos, bajo el pretexto de buscar a terroristas, es decir, miembros de la OLP. Sin embargo, quienes entraron a los campos de Sabra y Chatila no fueron integrantes del ejército israelí sino sus aliados, la milicia cristiana libanesa, también conocida como la Falange Libanesa quienes en represalia por la muerte de Bashir llevaron a cabo una masacre.
Es en este contexto donde se inserta Vals con Bashir (2008), en donde Ari Folman es un ex soldado de las Fuerzas de Defensa de Israel y ahora un cineasta reconocido. Un amigo y antiguo compañero de armas lo llama para contarle acerca de una pesadilla recurrente en donde él es perseguido por 26 perros rabiosos que buscan matarlo. Folman no puede ayudarlo, pues fuera de la certeza de haber estado en el Líbano, no guarda recuerdos de la guerra. Consternado por este vacío en sus recuerdos, la única imagen que lo acompaña, es la de de su grupo de amigos desnudos en el mar viendo a Beirut destruida e iluminada por bengalas. Lo que sobre la superficie pareciera ser un caso de trastorno por estrés postraumático, en el fondo quisiera señalar la necesidad de una reconstrucción colectiva de la memoria a fin que al revelarla, pueda tener la capacidad de minar la fantasía de nuestra realidad.
Hay algunos puntos en esta película que llaman mucho la atención. Si bien es evidente que el protagonista es Folman y sus compañeros, tanto que la performance de Shmuel Frenkel en Beirut empapelada con los rostros de Bashir da el título a la película, es sintomático que el palestino no exista como sujeto de la narración. No tiene nombre, no tiene rostro, no tiene voz. Es un enemigo invisible y una de las escenas que sustentan esto, es cuando el grupo de soldados viaja en un APC disparando a la nada. Sólo sabemos de la existencia de este otro a través de las marcas que dejan en la subjetividad de los soldados, en sus emociones, en sus traumas, en sus sueños. Tengo la sensación que la película trata de tapar esto otro que no entiende y cualquier contacto con éste que no sea por medio de la muerte. La realidad entonces estaría siendo construida a partir de un proceso de exclusión o de opacidad de lo palestino. Que finalmente termina por estallar al final de la película con esos desgarradores minutos de la masacre donde la memoria regresa.
Y surge entonces la pregunta evidente. ¿Por que la masacre no es animada? Quizá porque el film nos trata de decir que esto fue Real y la fantasía de la realidad no podía seguir obturándola. Podemos también pensar en que se necesitaba ir un paso más allá para terminar de identificar la atracción del espectador ante la insania de la muerte. Sin querer trazar paralelos exactos, siento este desenlace como el montaje final de Eisenstein en La Huelga.
A manera de conclusión, me parece que la reconstrucción de la memoria por parte de Folman, constituye además un proceso de redescubrimiento del sujeto en una suerte de catarsis nacional al ver cara a cara al horror que nos constituye. Y aunque suene descarnado, la masacre de Sabra y Chatila además de mostrar las aberraciones de la guerra, devela sobre todo el horror que configura la narrativa nacional de Israel construida también sobre la misma violencia contra la que intenta pelear con todas sus fuerzas. Visualmente aceptable, emocionalmente impecable.
Es en este contexto donde se inserta Vals con Bashir (2008), en donde Ari Folman es un ex soldado de las Fuerzas de Defensa de Israel y ahora un cineasta reconocido. Un amigo y antiguo compañero de armas lo llama para contarle acerca de una pesadilla recurrente en donde él es perseguido por 26 perros rabiosos que buscan matarlo. Folman no puede ayudarlo, pues fuera de la certeza de haber estado en el Líbano, no guarda recuerdos de la guerra. Consternado por este vacío en sus recuerdos, la única imagen que lo acompaña, es la de de su grupo de amigos desnudos en el mar viendo a Beirut destruida e iluminada por bengalas. Lo que sobre la superficie pareciera ser un caso de trastorno por estrés postraumático, en el fondo quisiera señalar la necesidad de una reconstrucción colectiva de la memoria a fin que al revelarla, pueda tener la capacidad de minar la fantasía de nuestra realidad.
Hay algunos puntos en esta película que llaman mucho la atención. Si bien es evidente que el protagonista es Folman y sus compañeros, tanto que la performance de Shmuel Frenkel en Beirut empapelada con los rostros de Bashir da el título a la película, es sintomático que el palestino no exista como sujeto de la narración. No tiene nombre, no tiene rostro, no tiene voz. Es un enemigo invisible y una de las escenas que sustentan esto, es cuando el grupo de soldados viaja en un APC disparando a la nada. Sólo sabemos de la existencia de este otro a través de las marcas que dejan en la subjetividad de los soldados, en sus emociones, en sus traumas, en sus sueños. Tengo la sensación que la película trata de tapar esto otro que no entiende y cualquier contacto con éste que no sea por medio de la muerte. La realidad entonces estaría siendo construida a partir de un proceso de exclusión o de opacidad de lo palestino. Que finalmente termina por estallar al final de la película con esos desgarradores minutos de la masacre donde la memoria regresa.
Y surge entonces la pregunta evidente. ¿Por que la masacre no es animada? Quizá porque el film nos trata de decir que esto fue Real y la fantasía de la realidad no podía seguir obturándola. Podemos también pensar en que se necesitaba ir un paso más allá para terminar de identificar la atracción del espectador ante la insania de la muerte. Sin querer trazar paralelos exactos, siento este desenlace como el montaje final de Eisenstein en La Huelga.
A manera de conclusión, me parece que la reconstrucción de la memoria por parte de Folman, constituye además un proceso de redescubrimiento del sujeto en una suerte de catarsis nacional al ver cara a cara al horror que nos constituye. Y aunque suene descarnado, la masacre de Sabra y Chatila además de mostrar las aberraciones de la guerra, devela sobre todo el horror que configura la narrativa nacional de Israel construida también sobre la misma violencia contra la que intenta pelear con todas sus fuerzas. Visualmente aceptable, emocionalmente impecable.
Tags: Película Guerra Drama Biografia Animación Bashir Israel Ari Folman
No hay comentarios.:
Publicar un comentario