domingo, 3 de julio de 2011

The Pianist


La ficción sobre el nazi por lo general se escribe sobre líneas muy parametradas y basándose en un conocimiento ya sedimentado en nuestro inconsciente. El primero y básico es que el nazi es un maldito desgraciado. El segundo, que el pueblo judío es una víctima total de esta insania sin posibilidad de oponerse. Quizá haya otras líneas pero para construir mi argumento en contra de los absolutos, me quedo con éstas.

Hace un tiempo, leí que Spielberg hablaba sobre la Lista de Schindler y su necesidad política y ética de hacer esta película. Roman Polanski luego dirige su propia versión del holocausto con El Pianista (2002) que a diferencia de la versión de Spielberg, agrega muchas más capas de sentido a lo inenarrable del horror y que para mí, la hacen mucha más rica.


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Szpilman confronta la pérdida de su familia y de su mundo.


Para explicar esto, quiero tomar primero una de las primeras escenas que más me llamó la atención. Cuando los nazis llevan a todos los judíos al gueto de Varsovia, Szpilman (Adrien Brody) para seguir apoyando a su familia empieza a trabajar en un bar frecuentado por las élites judías, mal vistas por algunos otros que intentaban un movimiento de resistencia dentro del gueto. Luego la mayoría serán llevados al campo de concentración mientras que los que quedaron a trabajar finalmente se levantaron aunque igual fueron exterminados. El motivo para resaltar estas escenas, parte por salir de la visión encorsetada del judío como víctima pasiva pero también del judío como un todo homogéneo.

Esto da pie a varias lecturas. La primera es que ilógico ver a un grupo como un todo coherente, al contrario, existen fisuras, una heterogeneidad interna que no siempre es representada y allí creo ver la mayor riqueza en la película de Polanski. Tanto en la presentación de estas élites parásitas, la resistencia e incluso la Gestapo judía. Esta lectura también nos sirve para ver al resto de grupos. Cuando Szpilman escapa de los nazis, es ayudado por la resistencia polaca. Unos en verdad lo ayudan, otros viven de su miseria. Y por supuesto, esto es llevado al clímax cuando Szpilman se encuentra con el capitán nazi Hosenfeld. Es a través de la música que los absolutos se diluyen y ambos pueden comunicarse y cómo el nazi puede ver más allá de la ideología pues gracias al arte puede recuperarse la dimensión de lo humano.




Y este es otro tema básico en el cine nazi. ¿Cómo se despoja de humanidad al otro? Las estrategias usuales son el reducir la vida de este grupo, animalizarlos (como al padre de Szpilman que hacen caminar por el desagüe), hasta que abandonen cualquier vestigio de humanidad como las escenas de los campos de exterminio muestran. En El Pianista al no mostrar la crudeza de los campos, esta estrategia va mayormente por el hambre. Hay dos escenas que son brutales. Aún en el gueto, un hombre trata de robarle un plato de comida a alguien. A tratar de defenderse, el plato cae al suelo con toda la comida. El hombre no pierde el tiempo y se lanza al suelo a comer los restos. Esto también será una de las claves para Szpilman, que mezcla cierta dimensión sublime y patética, cuando es encontrado por Hosenfeld con una lata de conservas, llevándola de un lado a otro y cuando termina la canción de Chopin, su preocupación se reduce a su lata de comida. Algo en verdad sobrecogedor.

En conclusión. El Pianista es probablemente una de las mejores tres películas sobre nazis que he visto. Por un lado porque trata de escapar de la visión maniquea de los estereotipos. Y que al final muestra una dimensión más allá de víctima que personalmente genera aún más empatía. Y por otro lado, quizá porque me deja la sensación que tanto para vivir como para morir es necesario hacerlo con mínimo de dignidad. Genial!




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