jueves, 14 de julio de 2011

El Catalizador


Durante los años que estudié literatura en la universidad, era evidente el preocupante silencio que existe en nuestra narrativa nacional respecto a la literatura fantástica que en otros lugares del continente, Argentina o México por ejemplo, es un género arraigado en su identidad cultural. Todo lo contrario, nuestra literatura escrita se ha caracterizado por ser mayoritariamente mimética, descriptiva y para ser honestos, poco ambiciosa a proyectarse a otros temas que no salgan de la cotidianeidad. Las excepciones se dan en las provincias, sobre todo en literatura oral, donde los demonios, aparecidos, animales antropomorfizados son prácticamente un lugar común en sus cuentos.


Resulta entonces preocupante cómo desde la ciudad hemos estado de espaldas a una rica herencia de literatura fantástica, y cuyos escasos referentes en el canon nacional nos obliguen a remontarnos hasta Clemente Palma, José Adolph, Carlos Calderón Fajardo, y un par de escritores más, quizá porque “la literatura fantástica resultaba secundaria en cantidad y calidad” como afirmaba Alberto Escobar. No obstante, todos estos autores aún no terminan de desprenderse de una tradición neorrealista, y solo a partir de los últimos veinte años, es cuando una nueva hornada de escritores logra traspasar con temas distintos en nuestra tradición la pesada barrera de retratar lo cotidiano que a priori asegura seriedad y madurez en sus relatos. 17 fantásticos cuentos peruanos (2008) fue una antología que marcaba un primer paso, pero ya El Catalizador (2010) de Augusto Murillo de los Ríos es la piedra base de un género que no va a volver a ser visto por encima de los hombros.

El fin del mundo, la lucha eterna del bien y el mal, las peleas por el alma humana, quizá no sean cuestiones nuevas en el terreno fantástico. Lo que normalmente no aparecía en estos relatos, sea la voluntad del ser humano a decirle no a Dios y no al Diablo. Un hombre así, que bien podría ser un personaje de Neil Gaiman o Garth Ennis, es el personaje central del Catalizador y por ello resulta tan atractivo. Y menciono a estos dos íconos del mundo de los comics por una sencilla razón.

El mérito de Augusto Murillo no está en inventar algo nuevo. Lo que sí hace y muy bien, es sintetizar todas las fuentes de las que por lo menos las dos últimas generaciones se están alimentando. Además de la evidente influencia de Stephen King y otros autores de ciencia ficción en el libro, llama más la atención cómo se incorpora un lenguaje y un estilo que vienen del cine, del anime, de comics y de videojuegos. Cualquier lector de 35 años para abajo, no puede evitar ver en la vertiginosa acción del libro reminiscencias a animes que construyeron su subjetividad y hacen del lenguaje del libro algo tan familiar y cercano. Esto también se logra con una subyacente estética cinematográfica sacada de películas como 300 (2007) de Zack Snyder o series como Spartacus (2010), en las cuales la fuerza de la imagen se da a través de la estilización de la acción y la sangre, así como del culto a los cuerpos y la perfección de sus formas. Por otro lado, también es manifiesta la cercanía de varios pasajes de la novela con videojuegos de horror como Silent Hill, sobre todo en la construcción de una ambiente claustrofóbico poblado de un bestiario grotesco y brutal. Es así como el autor logra crear un discurso ágil y trepidante, que a pesar de la gran cantidad de información que provee, nunca satura al lector.

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Gabriel Natzel, el Catalizador

Otro punto a favor de la novela, es crear un universo interno coherente, conciso y sin aristas. El autor tiene total dominio del mundo representado, sobre espacios, tiempos y personajes, sin que exista un detalle fuera del lugar planeado. Llama la atención que aunque El Catalizador por momentos parece una suerte de Diccionario Infernal, obra de Collin de Plancy, haciéndose de un bestiario propio y numeroso, cada personaje por más secundario o circunstancial, tiene una función que cumplir en la obra. Es cierto que existe poca densidad en los personajes secundarios, sobre todo los demonios debajo de los Cuatro Jinetes del Apocalipsis, incluyendo a algunos como Baalberith y Astaroth que considero debieron haber sido más profundizados, así como varios miembros del Concejo Celestial los cuales son descritos superficialmente. La mayoría de estos personajes resultan más entes pulsionales que actores tridimensionales, cualidad que se reserva para los protagonistas como Gabriel y Vincent. No obstante, para la cantidad de personajes en la novela, esto tampoco resulta un problema. Cada uno de los actores secundarios, aún cuando sean llevados por impulsos primarios, brinda equilibrio a la narración y potencian a los principales.

Retomando el punto de la creación de este ambiente característico en El Catalizador, cerrado, lóbrego y tanático, el autor nos remite a este juego con la paradoja del horror. Es decir, la atracción al peligro, al miedo y a lo repulsivo. Y así, ante esta saturación de lo desagradable es como se abre paso una manera de experimentar lo sublime, pues esta experiencia, como ya advertía Kant, yuxtapone el placer y el dolor. La atracción y lo repulsivo. Tampoco es descabellado pensar que esto no se reduce a los espacios sino incluso a los personajes en la novela. Por ejemplo, la imagen andrógina y femenina (Cecil), comparada con el monstruo canónico (Mallakhai por ejemplo), que resulta repugnante a primera vista. Todo lo contrario, el monstruo promedio de la obra es atractivo, es próximo, pero no por ello es menos sádico y depravado. La novela así sigue una corriente nítida en el cine de horror contemporáneo (American Psycho, Funny Games) que nos dice que el monstruo actual no es lo que es o lo que aparenta, sino lo que hace.

Existe otro rostro de la paradoja del horror, y es la naturaleza del mismo género como una herramienta para procurar salvaguardar una moral conservadora. Es innegable que el horror como narrativa viene a poner coto a los vicios o excesos humanos, sobre todo a la sexualidad desbordada sobre la cual de alguna manera cae un tipo de peso correctivo. El Catalizador, quizá inconscientemente, tampoco escapa de esta lógica. En el libro An Introduction to the American Horror Film, Robin Wood decía que en una sociedad construida sobre la monogamia y la familia, siempre va a existir un enorme exceso de energía sexual que ha sido reprimida y que inevitablemente debe regresar, ahora revestida de violencia y destrucción. Esta característica palpable en la obra, presenta dos lados opuestos cuando se trata de la apropiación de la sexualidad. En el caso de los hombres, se sigue un molde tradicional sin mayores sobresaltos. En el caso de las mujeres en cambio, la apropiación de la sexualidad es por lo menos, llamativa. Las mujeres divinizadas, como Afrodita o Eva, son la personificación de una agresividad sexual no-fálica. Su sola desnudez produce placer y obnubilación, siendo ellas conscientes de ello y aprovechándolo para su ventaja. Pero para las mujeres terrenales, la sexualidad es un tema aún vedado, siguiendo un patrón patriarcal-monogámico. La única mujer que es dueña de su sexualidad es Isabelle, la cual se erige casi como una figura subversiva en un mundo dominado por el deseo del hombre. Sin embargo terminará siendo castigada por ello.

Esta breve visión al tema de la sexualidad permite entender lo que llamo la lógica correctiva del horror. Al leer la novela, se puede dilucidar una estructura dantesca de pecados y castigos que varían desde el arrepentimiento hasta la muerte. En un menor nivel está la ira, de la cual Dante es presa con un odio inagotable hacia su padre y hacia Gabriel. La lujuria, encarnada por demonios que eran destrozados mientras fornicaban. Y así como en el infierno de Dante, aquí también existe una gradación de pecados. La envidia, encarnada en Isabelle, hacia el amor de Gabriel y Pamela solo podía ser resarcida con la muerte. Y el peor pecado de todos es la soberbia. Este pecado es el cometido por Lucifer al intentar ser igual a Dios, y es el mismo pecado y la misma acción que comete Gabriel al tratar de dar vida a otro, lo que desencadena su transformación y el paso necesario para que el Infierno invada al Cielo. Luego vendrá el reconocimiento de la falta y la expiación de la culpa, pero lo que debe resaltarse es este carácter conservador de las novelas de horror, del cual El Catalizador también se nutre.

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Lashkul-Bhal, miembro del Concejo Celestial

Por último, además de los méritos en estilo y contenido, personalmente creo que el gran aporte de esta novela a nuestra literatura, es sentar las bases de un género fantástico que desde un registro no explorado, hace un acercamiento crítico a nuestra sociedad. A un tiempo y espacio en donde lo tradicional va resquebrajándose hasta hacerse nada. La ley cristiana, la ley del hombre, todo necesita ser revisado en una época en donde las grandes verdades ya no existen. No por gusto en la novela no existe una sola familia clásica. Gabriel, Dante, etc., vienen de familias disfuncionales, donde la autoridad paterna es inexistente o fallida. Ante la ausencia del padre, el declive del afecto de Dios, lo único que resta es la voluntad del individuo soberano, dueño de sí mismo. El Catalizador.


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