miércoles, 13 de julio de 2011

Escape from New York


Cuando el mundo se vaya al diablo, los héroes brillarán por su ausencia. Y lo más cercano que tengamos, será alguien como “Snake” Plissken, el personaje principal de Escape from New York (1981) de John Carpenter. Plissken es un héroe de guerra convertido en criminal. No respeta las reglas, es un patán, vela por sí mismo. Y sin embargo, es lo mejor que existe en un mundo sin esperanza.

Finales del siglo XX. El conflicto entre EEUU y Rusia ha escalado a niveles insostenibles, la sombra nuclear se cierne para acabar con todos. La única esperanza se centra en el discurso que dará el presidente americano a su par ruso. Pero el Air Force One cae sobre Manhattan, ahora convertida en una isla prisión impenetrable, tierra de nadie a merced de delincuentes y locos. A “Snake” Plissken (Kurt Russell), un criminal de la peor calaña le prometen perdonarle sus crímenes si colabora en la misión de rescatar al hombre más importante del mundo antes que no quede nada de él. Pero hay un pequeño detalle, a fin que Snake no decida mandar al diablo la misión, le instalan unos micro-explosivos que detonarán en menos de 22 horas. No hay opción de fracaso.




Por lo general, las historias de persecuciones se centran un ser externo que revuelve los fundamentos de una sociedad hermética, (a veces homogénea) y estancada. Que amenaza con desintegrarla por un saber que posee. Este foráneo resulta enervarte no solo por ser distinto sino porque hace tambalear lo que la normalidad de la sociedad. En el caso de Plissken, él sabe que algo malo va a ocurrir en menos de 24 horas. Su presencia, hace reaccionar y obliga al movimiento de este grupo de presidiarios volviéndolo una paradoja. Es odiado y deseado al mismo tiempo. Deseo entendido desde el punto de vista que él tiene algo que tú no. Un saber que te falta. Y por eso, deseas destruirlo.

Escape from New York
“I don’t give a fuck about your war... or your president”

Y como film de persecución, la acción reside en la vorágine del escape. No tanto en peleas, tiroteos, etc. Y es que no hay tiempo para coreografías, el reloj de la muerte cuelga cual espada de Damocles y lo único que importa es ir siempre hacia adelante. Eso hace de Snake un personaje distinto. Primero, porque a diferencia de otros personajes de acción que rayan en la invulnerabilidad, Snake parece mortal, falible, y eso lo hace más cercano. Y segundo, porque Snake es totalmente contemporáneo. Él vive al máximo el presente. No se detiene en nostalgias ni se preocupa en construir un futuro. Y en esta fragmentación del tiempo, sólo cobra relevancia la dimensión personal, el tiempo del uno, del yo. En Snake se depositan los grandes temas del film. El individualismo sobre idea de colectivo. La paranoia y desconfianza al gobierno y por supuesto, la primacía de un discurso nihilista. Es decir, destruir o negar todo lo que se crea superior. ¿Salvar al presidente? “Get a new president”, dice Snake. ¿Salvar al país? “I don’t give a fuck about your war”, masculla. Por ello el final es lo que el mundo merece. ¿Vale la pena vivir en un mundo asi? Fuck it, pensaría Snake cuando destruye lo que pudo salvar el mundo.

Así que si aún no la has visto, necesitarás un espacio en tu videoteca para este film. Obviamente, treinta años después los efectos especiales palidecen un poco, pero por suerte, no son el punto fuerte de la película, como lo es la construcción de los personajes. Me permito un comentario geek. El mítico Solid Snake (Metal Gear Solid) está basado en Plissken. No solamente en físico, sino en su actitud y vamos, hasta en la manera en cómo su gobierno lo manipula. Es más, ¿acaso los explosivos que le inyectan a Plissken, no son un paralelo a las nanomaquinas de Solid? Vaya que Carpenter es un visionario. Por no mencionar al avión cayendo en Nueva York y el World Trade Center.


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