Por un par de semanas he tratado de pensar si El Puente sobre el Rio Kwai (1957) es esencialmente una película bélica. Y la duda no es tan tonta como parece a simple vista, pues la gran tensión de esta película no un conflicto entre ejércitos, bandos, hasta incluso pondría en duda a posturas ideológicas.
Claro, esto parece absurdo teniendo en cuenta la trama de la película de David Lean. Un grupo de prisioneros británicos es capturado por el ejército japonés y puestos a trabajar en la construcción de un puente a fin de movilizar tropas y pertrechos del Imperio Japonés a través de Tailandia. Sin embargo, el eje de la película no girará en cómo Gran Bretaña tratará de destruir el puente y atacar a Japón, sino en cómo los prisioneros sobreviven al cautiverio.
Y es que a diferencia del estándar del género bélico, no somos testigos de la destrucción en términos de muerte, conflictos, maquinaria de guerra o similares. Lo que siento que hace de ésta una genial película bélica, es la destrucción en el sentido de la descomposición del mundo en un nivel más intrincado, siendo partícipes de cómo se desintegran los soportes de lo social. Dejando al descubierto nuestras máscaras de humanidad, huecas y vacías, como fantasmas que deambulan pensando que aún son humanos. Si una palabra define eso, uno de los personajes de la película lo repite hacia el final de ésta: Locura.
Precisamente, es este el eje de la tensión entre el coronel Nicholson (Alec Guinness) que estaba al frente de los prisioneros británicos y el coronel Saito (Sessue Hayakawa) que tenía que construir el puente usando a los prisioneros. El problema es bastante simple. El puente necesita ser construido en un margen de tiempo y para cumplirlo, Saito necesita usar a todos los prisioneros. Soldados y oficiales. Nicholson considera esto intolerables pues de acuerdo a los códigos, los oficiales no pueden ser usados de esta manera. Nicholson es castigado pero finalmente perdonado cuando Saito vea que no tiene opciones de terminar el puente a tiempo. Un Nicholson ganador, instruye a sus soldados no sólo a terminar el puente sino a hacerlo de la mejor manera posible como vestigio que el espíritu británico no puede ser quebrantado.
La insania no viene de parte de Saito que puede torturar a los prisioneros u obligarlos a trabajar para el enemigo. Todo lo contrario, este patético rol lo encarna Nicholson que absurdamente puede creer que en un mundo degradado como en plena guerra las convenciones aún pueden ser sostenidas. Es evidente que la guerra es un estado de conmoción total, donde las reglas se suspenden y donde la supervivencia es el único impulso lógico. Es por ello tan patético el intento desesperado de sostenerse de los vestigios de humanidad que representa su ilógico deseo por terminar el puente. No necesita un mayor análisis entender que la idea detrás del puente es intentar representar cómo la productividad y eficiencia intentan hacer a estos hombres aún humanos y no simples esclavos sin alma y por supuesto, invertir la subordinación. Japón doblega a Gran Bretaña, pero es Occidente quien enseña a Oriente.
Pero es falaz quedarse en esa lectura porque la misma película degrada este pensamiento. Nicholson se ha perdido totalmente. Ha llegado a un estado total de locura y no por hacer un puente perfecto para su enemigo, pensando que así podría salvar su honor y su humanidad. No. Él entró en la locura desde el momento que pensó que un mundo destruido aún podía conservar las artificiales reglas de nuestra realidad. Y al final tenía que suceder lo inexorable. Es decir, que toda esta entelequia se derrumbe, como un castillo de arena, como un sueño irreal, como el puente sobre el rio Kwai.
Claro, esto parece absurdo teniendo en cuenta la trama de la película de David Lean. Un grupo de prisioneros británicos es capturado por el ejército japonés y puestos a trabajar en la construcción de un puente a fin de movilizar tropas y pertrechos del Imperio Japonés a través de Tailandia. Sin embargo, el eje de la película no girará en cómo Gran Bretaña tratará de destruir el puente y atacar a Japón, sino en cómo los prisioneros sobreviven al cautiverio.
Y es que a diferencia del estándar del género bélico, no somos testigos de la destrucción en términos de muerte, conflictos, maquinaria de guerra o similares. Lo que siento que hace de ésta una genial película bélica, es la destrucción en el sentido de la descomposición del mundo en un nivel más intrincado, siendo partícipes de cómo se desintegran los soportes de lo social. Dejando al descubierto nuestras máscaras de humanidad, huecas y vacías, como fantasmas que deambulan pensando que aún son humanos. Si una palabra define eso, uno de los personajes de la película lo repite hacia el final de ésta: Locura.
Precisamente, es este el eje de la tensión entre el coronel Nicholson (Alec Guinness) que estaba al frente de los prisioneros británicos y el coronel Saito (Sessue Hayakawa) que tenía que construir el puente usando a los prisioneros. El problema es bastante simple. El puente necesita ser construido en un margen de tiempo y para cumplirlo, Saito necesita usar a todos los prisioneros. Soldados y oficiales. Nicholson considera esto intolerables pues de acuerdo a los códigos, los oficiales no pueden ser usados de esta manera. Nicholson es castigado pero finalmente perdonado cuando Saito vea que no tiene opciones de terminar el puente a tiempo. Un Nicholson ganador, instruye a sus soldados no sólo a terminar el puente sino a hacerlo de la mejor manera posible como vestigio que el espíritu británico no puede ser quebrantado.
La insania no viene de parte de Saito que puede torturar a los prisioneros u obligarlos a trabajar para el enemigo. Todo lo contrario, este patético rol lo encarna Nicholson que absurdamente puede creer que en un mundo degradado como en plena guerra las convenciones aún pueden ser sostenidas. Es evidente que la guerra es un estado de conmoción total, donde las reglas se suspenden y donde la supervivencia es el único impulso lógico. Es por ello tan patético el intento desesperado de sostenerse de los vestigios de humanidad que representa su ilógico deseo por terminar el puente. No necesita un mayor análisis entender que la idea detrás del puente es intentar representar cómo la productividad y eficiencia intentan hacer a estos hombres aún humanos y no simples esclavos sin alma y por supuesto, invertir la subordinación. Japón doblega a Gran Bretaña, pero es Occidente quien enseña a Oriente.
Pero es falaz quedarse en esa lectura porque la misma película degrada este pensamiento. Nicholson se ha perdido totalmente. Ha llegado a un estado total de locura y no por hacer un puente perfecto para su enemigo, pensando que así podría salvar su honor y su humanidad. No. Él entró en la locura desde el momento que pensó que un mundo destruido aún podía conservar las artificiales reglas de nuestra realidad. Y al final tenía que suceder lo inexorable. Es decir, que toda esta entelequia se derrumbe, como un castillo de arena, como un sueño irreal, como el puente sobre el rio Kwai.
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