Una escena común para muchas personas que llevan una vida pegada a las reglas, de respeto a las leyes, de Dios, de la sociedad, etc., es proyectarse en sueños el convertirse en un ser antagónico al que uno debe actuar cotidianamente. Un individuo quizá hasta agresivo en un plano físico o sexual y que disfrute en diversos grados esta experiencia pues tiene la seguridad que al abrir los ojos, dirá que por suerte todo eso fue un sueño. No obstante, se debería pensar de otro modo, y ver que esos sueños son en realidad un síntoma de lo excedente de nuestro interior. Es decir, que mientras en la realidad o el periodo de conciencia somos unos buenos hijos y ciudadanos modelos, en lo real o durante el sueño, somos estos seres transgresores y pulsionales que deben ser limitados para actuar de acuerdo a lo que la sociedad espera de cada uno.
Darren Aronofsky (Requiem for a Dream, The Wrestler) nos presenta en Black Swan (2011) la historia de Nina Sayers (Natalie Portman), una bailarina de ballet que tiene la posibilidad de conseguir el mejor papel de su carrera como el Cisne Negro en la puesta en escena de “El Lago de los Cisnes” a cargo del director Thomas Leroy (Vincent Cassel). Sin embargo, Thomas señala que ese papel le sería esquivo mientras no logre desprenderse del exceso de inocencia que la envuelve, resultado de una crianza castrante por parte de su madre que impone en ella todo lo que no logró como bailarina. Frente a la presión por el éxito y la necesidad de salir del tutelaje materno, Nina terminará inmolándose hasta conseguir la perfección que le exige ser el Cisne Negro.
Cuando se introduce al personaje del director en la película, Thomas narra a las bailarinas y al espectador el argumento del ballet de Tchaikovski y como el Cisne blanco pierde al amor de su vida a manos de su lujuriosa hermana y que luego del sacrificio consigue su libertad. Quizá este argumento lleve a pensar que en Black Swan estemos frente a un caso doble personalidad o doppelgänger, donde este Cisne Blanco representa la pureza de la virginal Nina y el Cisne Negro sea su gemela perversa. No obstante, yo considero esa lectura demasiada facilista pues no creo que todo se explique por la irrupción de una niña mala donde siempre hubo una niña buena. Al contrario, lo que yo sostengo es que Nina siempre fue esa niña mala, solo que su deseo fue frenado por la represiva educación materna que la mantuvo en un estado constante de niñez que le impide encontrarse con su propio cuerpo. Mientras la infantil Nina cotidiana veía a la Nina adulta y dueña de sí misma en ráfagas de existencia se podría decir como Lacan, que esa niña buena en “vigilia no es más que la conciencia de su sueño”. En otras palabras, ver a estas imágenes especulares no como el resultado de una fragmentación sino como un regreso a la unicidad.
Por supuesto, no quiero decir que no existan otras lecturas como la interpretación de la doble personalidad. Pero pensarlo como la externalización de lo interno, suma a la densidad del personaje de Nina que nos dice que el mal está en todos, hasta en la chica más dulce. Y el mal es indestructible, puede ser reprimido pero jamás aniquilado. Zizek afirmaba que “la realidad no es más que una débil telaraña simbólica que la intrusión de lo real puede desgarrar en cualquier momento”. Precisamente, la irrupción de lo reprimido es lo que causa la autolaceración en el personaje, como síntomas de fuerzas en conflicto cuyo único posible desenlace sea la muerte. Y allí está la belleza de la última escena de Black Swan. Que esa muerte no es gráfica sino sugerida. No quedamos frente a frente a una muerte física, al menos comprobada, pero definitivamente sí ante una simbólica. El sueño, el de la Nina ficticia e inmaculada ha concluido, ahora ha despertado a una Nina completa, que acepte todas las dimensiones de su ser.
Un párrafo aparte merece la espectacular performance de Natalie Portman. Las palabras sobran para describir las emociones que despierta una actriz que exuda inocencia, miedo, sensualidad, dolor, goce, etc., y hacerlo sentir tan vívido y convincente. Simplemente no hay un gesto que no sea el adecuado, que vaya donde tiene que ir. Palmas también para Mila Kunis en su rol de Lily, la rival de Nina y por supuesto para Vincent Cassell cuyo rol solo puede ser definido como magnético. En resumen, esta es una película en camino a ser un clásico, hermosa, oscura e increíblemente cautivante
Darren Aronofsky (Requiem for a Dream, The Wrestler) nos presenta en Black Swan (2011) la historia de Nina Sayers (Natalie Portman), una bailarina de ballet que tiene la posibilidad de conseguir el mejor papel de su carrera como el Cisne Negro en la puesta en escena de “El Lago de los Cisnes” a cargo del director Thomas Leroy (Vincent Cassel). Sin embargo, Thomas señala que ese papel le sería esquivo mientras no logre desprenderse del exceso de inocencia que la envuelve, resultado de una crianza castrante por parte de su madre que impone en ella todo lo que no logró como bailarina. Frente a la presión por el éxito y la necesidad de salir del tutelaje materno, Nina terminará inmolándose hasta conseguir la perfección que le exige ser el Cisne Negro.
Cuando se introduce al personaje del director en la película, Thomas narra a las bailarinas y al espectador el argumento del ballet de Tchaikovski y como el Cisne blanco pierde al amor de su vida a manos de su lujuriosa hermana y que luego del sacrificio consigue su libertad. Quizá este argumento lleve a pensar que en Black Swan estemos frente a un caso doble personalidad o doppelgänger, donde este Cisne Blanco representa la pureza de la virginal Nina y el Cisne Negro sea su gemela perversa. No obstante, yo considero esa lectura demasiada facilista pues no creo que todo se explique por la irrupción de una niña mala donde siempre hubo una niña buena. Al contrario, lo que yo sostengo es que Nina siempre fue esa niña mala, solo que su deseo fue frenado por la represiva educación materna que la mantuvo en un estado constante de niñez que le impide encontrarse con su propio cuerpo. Mientras la infantil Nina cotidiana veía a la Nina adulta y dueña de sí misma en ráfagas de existencia se podría decir como Lacan, que esa niña buena en “vigilia no es más que la conciencia de su sueño”. En otras palabras, ver a estas imágenes especulares no como el resultado de una fragmentación sino como un regreso a la unicidad.
Por supuesto, no quiero decir que no existan otras lecturas como la interpretación de la doble personalidad. Pero pensarlo como la externalización de lo interno, suma a la densidad del personaje de Nina que nos dice que el mal está en todos, hasta en la chica más dulce. Y el mal es indestructible, puede ser reprimido pero jamás aniquilado. Zizek afirmaba que “la realidad no es más que una débil telaraña simbólica que la intrusión de lo real puede desgarrar en cualquier momento”. Precisamente, la irrupción de lo reprimido es lo que causa la autolaceración en el personaje, como síntomas de fuerzas en conflicto cuyo único posible desenlace sea la muerte. Y allí está la belleza de la última escena de Black Swan. Que esa muerte no es gráfica sino sugerida. No quedamos frente a frente a una muerte física, al menos comprobada, pero definitivamente sí ante una simbólica. El sueño, el de la Nina ficticia e inmaculada ha concluido, ahora ha despertado a una Nina completa, que acepte todas las dimensiones de su ser.
Un párrafo aparte merece la espectacular performance de Natalie Portman. Las palabras sobran para describir las emociones que despierta una actriz que exuda inocencia, miedo, sensualidad, dolor, goce, etc., y hacerlo sentir tan vívido y convincente. Simplemente no hay un gesto que no sea el adecuado, que vaya donde tiene que ir. Palmas también para Mila Kunis en su rol de Lily, la rival de Nina y por supuesto para Vincent Cassell cuyo rol solo puede ser definido como magnético. En resumen, esta es una película en camino a ser un clásico, hermosa, oscura e increíblemente cautivante
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