miércoles, 13 de julio de 2011

Nueve Reinas


Marcos (Ricardo Darín) era un estafador sin escrúpulos. Por algún motivo, cuando Juan (Gastón Pauls), otro timador más joven e inexperto, estaba a punto de ser detenido, decide no solo salvarlo sino enseñarle parte de su oficio por un día. Sin embargo, ese día la fortuna toca su puerta pues tienen la chance de volverse ricos en un negocio que involucra un valioso juego de estampillas, conocido como las Nueve Reinas. Aunque no todo es como aparenta y menos la lealtad entre ladrones.

Teniendo como escenario una contemporánea Buenos Aires, aunque pudo haber sido cualquier ciudad del mundo, Nueve Reinas (2000) la ópera prima de Fabián Bielinsky es mucho más que un thriller policial. Es una divertida mezcla de humor e ironía, un poco de acción y otra dosis de misterio pero entendida como una manera de cubrir el desenlace, que al hacerse visible es imposible no sonreír y repasar cada vuelta de tuerca para revisar en qué momento caímos atrapados en el juego del timador.


Nueve Reinas
¿Quién engaña a quién?


Visto en retrospectiva, el juego pareciera demasiado perfecto. Y que todas las piezas encajen tan bien para la gran estafa podría –solo al final- levantar algunas cejas. No obstante, es innegable que aquí los personajes están por encima de la trama. En ese sentido, la alucinante performance de Darín regalándonos a uno de los pillos más memorables de este siglo, hace que todo fluya como debe ser. Y el personaje de Pauls es genial, pero Marcos tiene una fuerza propia que te termina por atrapar. Uno lo sigue por más de una hora y sabe que es un sinvergüenza. Que puede robar a ancianas, estafar a sus camaradas, robarle la herencia a su hermanito, vender a su hermana a un viejo verde, todo sin inmutarse, y seguir siendo carismático. Leticia Brédice, quien actúa de Valeria la hermana de Marcos, también merece una mención aparte. Valeria juega con el área gris cuando al comienzo es la reserva moral de una familia criminal hasta formar parte de la estafa. Nunca mejor dicho que quien ríe al último, ríe mejor.

Además de las actuaciones, un inteligente guion y esta capacidad de volverse una historia universal y contemporánea, se debe admitir que parte de la diversión pasa por entrar al juego que propone el director. Es simplemente dejarse atrapar en las capas de la espiral del plan maestro, algo como me sucedió con The Usual Suspects (1995), donde al final no importa que la lógica no se aplique. Sino que en el propio escrutinio e intentar descubrir quién está engañando a quién, cada personaje, cada frase aparentemente desligada de contexto, nos haga pensar de nuevo. Y al final exclamar, que gran película!





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