jueves, 7 de julio de 2011

Dark City


Una de las características recurrentes en el cine de ciencia ficción, es la sospecha paranoica que existe alguien o un algo oculto, moviendo los hilos de lo que llamamos realidad. Este sujeto velado, habla a través de nosotros sin que lo sepamos, controlando nuestros pensamientos o manipulándonos a partir de situaciones azarosas. En mayor o menor medida, películas como The Matrix, The Island, eXistenZ, The Thirteenth Floor, se enfocan en cómo se difumina la barrera entre lo real y la realidad.

Pero Dark City (1998) de Alex Proyas (The Crow, I, Robot) probablemente sea una de las películas que mejor trabaja este tema, ya que no se queda en la superficie de la ciencia ficción y los efectos especiales. Por el contrario, Proyas articula una película que mezcla diversos registros, que van desde la estética del cine expresionista alemán, hasta temática con raíces de cine noir. Matizando reflexiones ontológicas sobre lo que es lo humano pero sin llegar a densos monólogos filosóficos de otras películas que aparentan ser profundas.


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Schreber: Traidor o héroe?

La historia de Dark City se centra en John Murdoch (Rufus Sewell), quien despierta en aparente estado amnésico en un hotel. Junto a él, se encuentra el cadáver de una mujer y antes que pueda darse cuenta de su situación, recibe la llamada del doctor Schreber (Keifer Sutherland) quien le aconseja escapar antes que los “Extraños” lleguen a él. Perdido en la ciudad, Murdoch se entera que está siendo culpado como un asesino en serie. A medida que arma el rompecabezas de su pasado, su vida se entrelaza al futuro de la ciudad y a estos “Extraños”, que no son otra cosa que alienígenas que manejan la ciudad a su antojo, alterando la realidad solo con su pensamiento. Esto también implica alterar la vida de sus habitantes, uno de los cuales, Murdoch, resultó un experimento fallado. Así, se inicia una persecución tanto de la policía por atrapar al asesino, como de los Extraños que deben eliminar a Murdoch antes que descubra la verdad de la ciudad y los experimentos.

Esta ciudad de noche perpetua, como decíamos, es tributaria de películas como Metropolis de Fritz Lang, entre otras películas expresionistas. Con paisajes geométricamente ilógicos e imposibles, inmersos en juegos de luz y sombra que rayan con la paranoia de personajes como el detective Walenski. Del mismo modo, los Extaños deambulan como Nosferatus, robando y alimentándose de memorias y recuerdos, en busca de una respuesta sobre el alma humana y así, la supervivencia de su especie. Pero es irónico que éstos sean la antítesis de lo humano. Estos alienígenas sin alma, que necesitan habitar en cadáveres, al no tener una identidad única sino colectiva, juegan a ser un dios loco que hace y deshace a su antojo para responder una pregunta imposible. ¿Qué nos hace únicos? Si es la suma de todo lo que hemos vivido, entonces, ¿qué somos si no nos ha pasado nada? Si nuestra identidad está más allá de nuestra experiencia vital, se encontraría en algo intrínseco a cada uno, ¿lo que algunos llamarían alma? De todos los extraños, sólo Mr. Hand (Richard O'Brien) se acercó a una respuesta, aunque sea demasiado tarde.



Sobre el rostro más noir de Dark City, me faltó decir que Emma (Jennifer Connelly) como la clásica femme fatale y el estoico detective Bumstead (William Hurt) cumplen a cabalidad el rol que les demanda el arquetipo de sus personajes. Si bien no hay una mayor profundidad en ambos, no desentonan para nada. Al contrario, son un buen soporte para el tema mayor de la película. Además que oír cantar “Sway” a Connelly es una experiencia que no tiene precio.

Con una historia tan bien contada y una fotografía tan espectacular, no es sorpresa que Dark City sea considerada una pequeña joya de la ciencia ficción. Su único defecto es haber salido antes que Matrix y a pesar de narrar una mejor historia, ser opacada por un mejor marketing y más efectos especiales. No obstante, la película de Proyas se defiende a sí misma con una narrativa más rica y ambiciosa en un género desvirtuado por el efectismo, lo que permite seguir mirándola y encontrar nuevas interpretaciones. Y cuando eso pasa, merece llamarse memorable.


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En el principio había oscuridad, luego vinieron los extraños

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