lunes, 29 de agosto de 2011

Ensayo de un crimen


Después de pasar por Francia y Estados Unidos, Luis Buñuel, el cineasta español, se estabilizo en México, donde filmó varias películas que articularon su pensamiento estético: su voz artística e ideológica. Una de ellas es Ensayo de un crimen (1955), en donde se relata la vida de un burgués acomodado, Archibaldo de la Cruz, (Ernesto Alonso) un cuarentón en busca de la mujer ideal; una que pueda equilibrar sus fragmentarios deseos y pensamientos. Aunque ese film no sea tan popular como “Los Olvidados” o “El ángel exterminador” –estas dos últimas plantean alegorías políticas y comentarios sociales—, su importancia reside en la centralidad que Buñuel otorga al terreno de la constitución psíquica del sujeto.

Entonces Ensayo de un crimen no puede ubicarse unilateralmente dentro de un género como la comedia, o el horror, en todo caso, sería un remanente del film noir. Creo que esto es así, porque los crímenes de Archibaldo de la Cruz, (Archie) son simbólicos, es decir, quieren decirnos otra cosa, que no remite a un goce desviado y perverso por matar. Es algo parecido a lo que representa Patrick Bateman el protagonista de Psicópata Americano de Mary Harron (2000). Los asesinatos performativos que se imaginaba Bateman, eran un canal simbólico para relajar sus ganas inconcientes por destruir la competitiva sociedad yuppie que lo absorbía. Como decía Freud, “el sueño es el cumplimiento disfrazado de un deseo reprimido”. A través del sueño las personas actualizamos o solucionamos aquellos conflictos o pulsiones que son tan intensamente indecibles o abordables en el nivel conciente.

Pero regresemos a Archie, quien en realidad no soñaba sus asesinatos; el los planeaba ante el surgimiento de un deseo que no podía explicar, pero que era activado por la presencia de distintas mujeres. Una monja que lo cuida en un hospital, una mujer fatal que le coquetea, una joven espontánea que juguetea con el, y claro esta, una mujer ejemplar a quien quiere desposar porque representa la represión a todos sus sentimientos de destrucción femenina. Pero ¿de donde proviene esta voluntad aniquilante hacia la mujer, que nunca puede concretar?

Veamos, al inicio del film, se nos muestra a Archie alrededor de los 6 o 7 años. Sus padres se irán pronto al teatro, mientras el se esconde de su institutriz en un ropero, disfrazado con las ropas de su madre. Es un niño mimado, quien le recrimina en una pataleta a mama: ¡no quiero que vayas al teatro y no vas! Para que coma y se calme, la madre le trae una cajita de música con una bailarina que gira, y que centra la mirada y ansiedad del niño. Ahora si, la madre puede alejarse del niño (salir de la escena), mientras la institutriz se encarga de contar una ficción sobre la historia del objeto.

La caja era mágica y perteneció a un rey que tenía la cualidad –a través de la cajita— de matar a sus enemigos sólo con sus pensamientos. Tras escuchar la historia Archie observa absorto el objeto, la institutriz se acerca a la ventana atraída por una balacera en la calle, (eran los revolucionarios mexicanos). Impactado por el cuento del rey, Archie cree que puede asumir los mismos poderes, hace girar la caja, mira a la institutriz fijamente, y esta cae abatida por una bala perdida. El niño cree fielmente que el ha causado la muerte de la mujer. Más adelante en el film sabremos que la casa de los De la Cruz fue saqueada por los revolucionarios y la cajita desaparecida hasta su reencuentro por Archie –ya en edad adulta— en una casa de antigüedades.

El asunto que Buñuel plantea es que el objeto que paliaba el dolor o excitación por la ausencia de la madre, reaparece. Aquí es importante indicar la significación de los objetos y el juego en el psicoanálisis. En Más allá del principio del placer, Freud, nos cuenta el análisis que hace de un niño de año y medio, quien arroja sus juguetes a las esquinas de su habitación o debajo de los muebles, lugares donde los objetos literalmente desaparecen a la percepción del niño, quien balbuceaba la palabra !fuera!, al momento de botarlos. Posteriormente Freud constata que lo que el niño ejemplificaba con esta práctica era una forma de nombrar el alejamiento de la madre, la cual no puede contemplarlo ni cuidarlo a cada momento. El niño ahora juega con un carrete con una cuerda, este arroja el carrete por encima de la cuna (articula la falta) para luego tirar de la cuerda y hacer reaparecer al objeto (la presencia de completud que representa la madre). De esta manera el niño se hacía dueño de la situación, para manejar el doloroso proceso interno de su carencia: nuevamente la ausencia temporal de la madre.

En el caso de Archie, el alejamiento de la madre y la muerte de la institutriz nos hablan de una socialización inconclusa, tachada, que no permite su pleno acoplamiento al mundo simbólico, a las normas de la sociedad. La Institutriz, representa “el nombre del padre” un agente de castración y control para la libertad del engreído niño. Ya de adulto, parece vivir de sus rentas, dedicándose a la cerámica, ensimismado en su mansión y tramando la muerte de cualquier mujer que llame su atención y no este a la altura de su madre.

Archie esta metido en lo que Freud llamaba, "la repetición". Esa actitud compulsiva y mecánica que muestra su síntoma (su acción regular, repetitiva), anclado en la figura de la madre que complace todos sus deseos y que el quiere re-encontrar a toda costa en su vida. En términos lacanianos el niño Archie es el falo de la madre, lo que le falta a la madre para estar completa. Por eso consiente y cumple todos sus deseos. Nuevamente en la escena inicial, antes de dejarlo, la madre le dice: “Como yo tengo un hijo muy bueno y va a dejar que su mama vaya al teatro, le voy a traer una cosa que le gusta mucho (se refería a la cajita)... Ayyy que hijo tan mal educado tengo. Ahora mismo te la traigo”.


Entonces es la propia madre la que pone al niño en condición de objeto de deseo, reforzando su narcisismo con esa actitud complaciente, que ahora se fetichiza como paliativo (como substituto) en la cajita. Por ello, el Archie adulto fantasea con la destrucción de la mujer y al mismo tiempo con una esposa ideal. Su fascinación con Patricia Terrazas, una mujer libertina, que vive una relación con un hombre casado, o con Lavinia una joven fresca, que se va a casar con un viejo, se contrastan con Carlota, la mujer religiosa, aparentemente ejemplar, y que le asegura (a través del matrimonio) la salvación y el fin de sus más perversas pesadillas.

Centrémonos finalmente en Lavinia (Miroslava Stern) una modelo preciosa, que estuvo a punto de adquirir la cajita de música en el anticuario y que va a hacerle a Archie el mismo juego materno de “desaparecer y aparecer”, poniéndose ahora en la posición de objeto de deseo, ella es como el carrete que se aleja y se acerca de a pocos al hombre carente, dosificando el deseo en el, reemplazando a la figura materna. En boca de Archie: “Es la mujer más divertida y llena de vida que he visto.” En una secuencia crucial en el film, Lavinia le da su dirección a Archie, este la busca, y se da cuenta que es una tienda de ropa, ahí Archie encuentra un maniquí idéntico a Lavinia, esto lo hace llegar hasta el taller de fabricación de maniquies, en donde ella accede a una cita. Ya en casa de Archie, este quiere presentarle a su prima, quien es nada menos que un maniquí-Lavinia vestido. Luego Lavinia muda de ropa con el maniquí, sentándose una al lado de la otra, para jugarle una broma a Archie. Este se acerca por detráz a la muñeca con intención de asesinarla, para ser desenmascarado hilarantemente por la mujer. Al final de la cita, Lavinia le dice que no le verá más, que se va a casar con el viejo. Archie decide destazar y quemar el maniquí, (el nuevo fetiche) para volver a los brazos de Carlota, quien representa el deber ser, lo honorable.

Sin embargo, Buñuel nos muestra como la rectitud tiene su reverso obsceno, Carlota, en realidad acepta el matrimonio con Archie, para escapar de un amante que no quiere dejar a su esposa. El matrimonio es frustrado, y Archie decide deshacerse de la cajita de música para siempre. La arroja a un lago como el niño freudiano que arroja sus juguetes con la expresión ¡fuera! La destrucción del vínculo de opresión materna, comienza a romper su alienación frente al otro primordial, para la armazón del propio yo. En la escena final Archie camina por un campo con un bastón, y se cruza con Lavinia, quien ha abandonado al viejo. Ambos coinciden en que han dejado atrás sus respectivos lastres fantasmáticos, el padre y la madre; Archie arroja el bastón (su nuevo apoyo fetichista), ambos se cogen del brazo y se alejan caminando esperanzados, en lo que representa un proceso de cura analítica o des-sublimación de lo reprimido.

Entonces si la vemos como una comedia-film noir, el film pasa tranquilo, como una película en blanco y negro dirigida por un genio y que hay que ver de todas maneras, para cumplir con el ritual del cinéfilo; sin embargo si nos tomamos el trabajo de deletrearla como un documento artístico e intelectual, Ensayo de un crimen, se convierte en una articulada pieza de culto. Porque aquí no tiene sentido preguntarse si Buñuel leyó y admiró a Freud o sólo quería --como algunos han dicho-- burlarse del psicoanálisis por su caracter snob. Como sea, es en el propio relato, donde Buñuel confirma el proceso de desplazamiento del inconciente.


Fuentes:
Sigmund Freud, Más allá del principio del placer, Alianza editorial. Buenos Aires. 1988. Traducción de Luis López Ballesteros




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