viernes, 28 de diciembre de 2012

The Football Factory

A principios de los 90, más allá de las noticias de los hooligans, conocí el fútbol inglés cuando me compraron un video juego llamado Manchester United Europe. Y a partir de ese momento, me volví un fanático de los Diablos Rojos tratando de seguir a este club a partir de noticias y revistas como el Gráfico. Muchos años después, al fin en Perú empezaron a televisar la Premier League y resultaba imposible no quedar maravillado por uno de los torneos más entretenidos y sin lugar a dudas, el mejor presentado del mundo. Pero resulta inocente creer por completo en la belleza de este producto, pensando en la exportación, sin tener en cuenta qué se halla escondido en los intersticios de la pulcra y cuidada imagen de la Liga Premier. Un síntoma de ello lo vimos hace poco en el derby de Manchester con una agresión de parte de los fanáticos al defensor Rio Ferdinand. Precisamente, allí entra a tallar The Football Factory (2004) de Nick Love, la cual a partir del punto de vista de un grupo de fanáticos del Chelsea, trata de dar luces sobre la violencia intrínseca al hooligan (barra brava) y los lazos de estos sujetos con la sociedad.


El film tiene como protagonista a Tommy Johnson (Danny Dyer) quien junto a su amigo Rodney King (Neil Maskell) y Zeberdee (Roland Manookian), un joven vendedor de drogas, forman parte de un grupo de violentos fanáticos del Chelsea liderados por el matonesco Billy Bright (Frank Harper). Johnson está cercano a cumplir treinta años, y empieza a cuestionar su afinidad al grupo de Bright. Por un lado, él quiere pasarla bien y además de estar en compañía de amigos e ir a ver fútbol. Pero por otro, Johnson ya no es un chico como Zeberdee para seguir pensando solo en pasarla bien. Aunque su concepto de diversión radique en la excitación de las peleas con los grupos rivales la cual mantiene vivos a estos individuos. Las peleas como la que tienen con la Yid Army (la barra del Tottenham Hotspur) con la que abre la película, la gresca con los Naughty 40 del Stoke City, la riña con los Urchins de Liverpool y sobre todo la esperada confrontación con los Bushwhackers, la barra del Millwall, el clásico rival del Chelsea, es según Johnson una droga más potente que el mismo sexo y la cocaína juntos. Su abuelo Bill que es un militar condecorado de la Segunda Guerra, trata de abrirle los ojos y evitar el desperdicio de su vida. Luego, su mejor amigo Rod conoce a una mujer y empieza una relación demasiada seria para su gusto, que incluso hace que Rod quite la prioridad del grupo por estar con la familia de su pareja. Con una vida en caos que a través de flashforwards sabemos que acabará con Tommy masacrado y punto de morir a manos de los Bushwhackers, la pregunta es por qué seguir adelante. Cómo explicar la obsesión por la violencia y la muerte.

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Rod y Tommy en su visita a Liverpool
Más que una escena que permita dilucidar una explicación, hay una imagen que se repite incesantemente. El grito de furia. Tommy gritando y sacando de sí toda la rabia aprisionada en su interior. Como el cuadro de Edvard Munch, el contenido del grito encierra la ansiedad, la soledad y el fracaso del individuo. No es una coincidencia que esto se refrende con los monólogos de un taxista que atraviesa Londres llevando a Tommy. Él habla de una sociedad enajenada. Invadida por pakistaníes y otros extranjeros. Con una ciudad que crece y se moderniza pero olvida a sus ciudadanos tapándolos bajo el concreto de ciudades en ebullición. Y Tommy le grita “¡cállate!”.

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La ciudad  crece y el individuo se oculta

El grito aparece cuando las palabras no alcanzan. A pesar de la aparente protección del grupo, ninguno de sus miembros tiene una real comunicación con el otro. Zeberdee le roba a Billy. Este a su vez vive y abusa de todos ellos. El aislamiento y el dolor provocados por una vida de insatisfacciones se proyecta hacia afuera a través del grito y el golpe como un intento de comunicación desesperada. Por ejemplo, Rod está cenando con la familia de su pareja, absorto en el partido de Chelsea y Millwall que está por jugarse y él se está perdiendo por estar en un aburrido y formal almuerzo. El rostro de Rod es el de un muerto en vida, hastiado hasta la médula mientras conversa con el padre de su chica que indaga sobre la vida de Rodney. A lo que él responde que la mayor parte del tiempo está en la oficina, esperando el fin de semana pues su verdadera pasión está en patear cabezas en el fútbol. Mirando a sus “suegros”, les dice que eso es mejor que seguir las pesadillas suburbanas que ellos llaman vida. Monotonía y rutina que matan. Feliz, los abandona y se reúne con el grupo para ir a pelear contra los rivales.

Lo que Rod dice es que el sujeto está perdido para la sociedad contemporánea. La utopía no existe. No hay mañana, solo ahora, solo se vive para el fin de semana y el partido. Londres no les pertenece. El sujeto es incapaz de alterar el espacio, el tiempo y la historia. Por tanto es un sujeto sin agencia, y la única manera de sobreponerse a la angustia de su muerte simbólica es el éxtasis de la autodestrucción. Llevarse al límite, de drogas, de sexo, de golpes, y sentirse efímeramente aún vivos. Y en la manera como esta película logra graficar el vacío del ser humano contemporáneo, me hizo recordar vivamente a Trainspotting (1996) de Danny Boyle, que del mismo modo retrata la miseria urbana de individuos privados de la utopía, de la promesa del mañana, y solo alargan su existencia en el frenesí del exceso. En el film de Boyle, esto gira alrededor de la heroína. En el de Love, este placebo es la violencia hacia uno por ser un fracaso y hacia el otro donde se depositan las culpas. Zeberdee contra los pakistaníes y contra Billy por hacer su vida imposible. O en el caso de Billy contra su hermano por opacarlo (la escena cuando su esposa lo reconforta diciéndole que no hay nada malo con él es fantástica).

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Billy lanza el primer golpe

La pregunta final es qué tiene que ver el fútbol con los hooligans. Poco. O nada. Tanto es así que en esta película no se ve ni un segundo de fútbol (solo un juego de categorías infantiles, pero no cuenta), porque en realidad no debería buscarse una relación entre el deporte y la violencia. El camino tendría que ser cuestionar a una sociedad que ha dejado de lado a sus ciudadanos y que crece de manera narcisista absorta en su propio reflejo de “progreso” pero llena de individuos sin posibilidad de desarrollo. Preocupada más en responder el golpe con más golpe circunscribiendo a estos sujetos en un círculo imposible de romper. El dolor habla, o mejor dicho grita que estos sujetos no están muertos y no sorprende que al salir del hospital Tommy diga con una sonrisa que todo valió la pena.


Como nota a pie de página, Rockstar Games (conocida por su saga de Grand Theft Auto) es la productora.  En caso no se notaba el tema recurrente.


The Football Factory (2004) on IMDb

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