jueves, 16 de agosto de 2012

The Exorcist


En 1973, William Friedkin filmaba “El Exorcista”. Durante años fingía que la veía cuando la pasaban en la televisión; pero la realidad es que con un ojo abierto y otro cerrado, con ojos de niño miedoso, nunca pude con ella. Es sólo a finales de los noventas cuando la Warner Brothers decidió re-estrenar sus clásicos que tuve el privilegio de ver esta película en el cine. La historia del film, basada en el libro de William Peter Blatty, es harto conocida, la niña Regan MacNeil (Linda Blair) es poseída por una entidad que proclama ser el mismo diablo. Su madre, Chris MacNeil, una actriz famosa interpretada por Ellen Burstyn, tras recurrir a todos los medios posibles para determinar el mal que aqueja a su hija, termina entregándose a la fé. La familia MacNeil se ha mudado de California a Washington D.C., a la ciudad de Georgetown, donde Chris trabaja en una película en compañía de su amigo y director Burke Dennings (Jack MacGowran). Basados en las instalaciones de la famosa Universidad Jesuita (Georgetown University), filman una escena de una revuelta estudiantil en la que Chris actúa como una profesora defensora de los derechos civiles, el encuadre se aleja del área de filmación y nos muestra dentro de los espectadores al padre Demien Karras, quien disfruta junto a otros mirones del revuelo que la producción ha llevado a la Universidad. Este inicio enfatiza este momento (MacNeil y Karras) porque por aquí es donde se muestra un antagonismo central en la propuesta discursiva de “el exorcista”.

Chris MacNeil, representa al norteamericano liberal informado y a la mujer autonomizada del primer feminismo, (el que se centra en la igualación de derechos). Con una relación de pareja disfuncional, empoderada, independiente, Chris se va a manifestar como una persona sin ataduras religiosas, vaceada de creencias mítico-mágicas, para dar cuenta  de la realidad. De hecho, cuando aparece un crucifijo debajo de la almohada de su hija poseída, arremete contra sus empleados domésticos, recriminándoles duramente. Y es que inicialmente para Chris, los problemas de Regan tienen que ver con un asunto físiológico, con una disfuncionalidad biológica que puede ser rectificada a través de la ciencia médica y su autoridad. Es por ello, que la primera mitad del film esta abocada a plantear la avidez por apegarse a las seguridades de la ciencia “exacta”, como el lugar natural en donde podemos conseguir las explicaciones sobre los fenómenos físicos y humanos.


Primero el Dr. Klein indica que el extraño comportamiento de Regan se debe a un fenómeno adolescente, a un desorden de los nervios (hiperactividad, mal carácter, hasta su bajo desempeño en matemáticas). Entonces Klein prescribe una de las drogas más conocidas en la actualidad: “Ritalin”, y diagnostica una depresión. Posteriormente Regan es diagnosticada -a priori de cualquier prueba científica- con una lesión en el cerebro. Una herida que genera alucinaciones y comportamientos erráticos. Después de realizarle las lecturas de la masa craneana se descubre que el cerebro esta intacto. Se pasa así a otra etapa de pruebas más agresivas, donde la adolescente es sometida a maquinas de resonancia que hacen al expectador sobreidentificarse con el dolor y la angustia de Regan y su madre. Esta secuencia de corte realista se cierra duramente con la escena del catéter en la yugular de Regan, develando la fragilidad del cuerpo humano, que como hemos deslizado, debe someterse y entregarse a la confianza en el discurso científico de la medicina occidental. 


Sin embargo, en el nudo del film, frente a un consejo de los mejores médicos de la ciudad, MacNeil debe ver caer la omnipotencia del discurso médico. Los propios doctores (neurólogos, psiquiatras, psicólogos, etc.) son incapaces de entregar una explicación racional sobre los síntomas de la muchacha y su posible cura. Hay en el mal de Regan un lugar que descompleta el saber occidental. La junta médica recomienda a la mujer que consulte con un cura, que contemple la posibilidad de una sanación espiritual, de un exorcismo.      

El padre Karras quien ha sido ya introducido en el film es el sacerdote que se encargará del rito. Karras es un cura en conflicto, atravesado por una culpabilidad implacable. Por un lado ha abandonado a su madre anciana a la soledad, lejos de su cuidado, mientras el entrega su vida al Señor y sus quehaceres de consultoría psiquiátrica a los sacerdotes jesuitas de Georgetown. Además de ser sacerdote, Karras -como buen jesuita- ha estudiado medicina, psiquiatría y ciencias ocultas en Harvard, John Hopkins y Bellevue hospital. Ha entregado su vida a la orden religiosa que le ha retribuido con una formación académica de primer nivel pero que no puede traducirse en bienestar material para su madre, quien vive en un barrio de inmigrantes en Nueva York. De hecho la mujer muere en soledad y pobreza, exacerbando la culpa del hijo. El segundo asunto que atormenta a Karras esta entrelazado al primero. El debe orientar a todos los sacerdotes perturbados que se preguntan por el sentido de sus vidas; curas en crisis que cuestionan su vocación y que le recuerdan a Karras que el mismo ha perdido la fe.  No entiende más, ni tolera lo que hace. Sin embargo, el sacerdote tendrá una oportunidad para redimirse.    

Una posible interpretación para la figura de la posesión demoníaca puede estar en la representación que se hace de la mujer como sometida a una necesidad de individualidad y la necesaria sexuación del cuerpo. Primero, recordemos que Regan ha dejado de ser un ángel depositario de amor, para convertirse en deseo e individualidad. Aventurarse al juego de la Güija (Ouija), se muestra como el motivo principal por el cual la muchacha ha sido poseída (aparentemente por un tal Captain Howdy), pero, al mismo tiempo, la Guija también es el tropo de la decisión libertaria que los adolescentes en general deben emprender; ya fuera de las seguridades maternas y frente a una realidad contingente y desconocida. Recordemos además que Regan no posee la presión de la autoridad paterna (su padre es mostrado como una figura ausente y distante). 

Segundo, la posesión del demonio sobre el cuerpo de Regan, puede ser leída como la aparición de la sexuación, el deseo sexual en la mujer y su búsqueda de singularidad frente a la sociedad patriarcal. Por ello es que las escenas de posesión están plagadas de un lenguaje obscenamente sexualizado, haciendo referencia a los genitales en desarrollo de la puber Regan. Esto se puede mostrar con claridad en varias escenas: Cuando el Dr. Klein y otro médico llegan a ver a Regan, esta (el demonio) les responde “The saw is mine” (Algo así como  la raja es mía, refiriéndose a la vagina de Regan), para decirles inmediatamente: Fuck me! Fuck me!. En otra escena intensa de posesión Regan se penetra y lacera vaginalmente con un crucifijo, mientras le dice a su madre: “¡Let Jesus Fuck me!” (Deja que Jesus me coja). Luego la poseída pone la cara de su madre en la vagina y le dice Lick me!, Lick me! (Lameme) …. ¿Do you know what she did?, your cunting daughter! (Sabes lo que hizo?, tu coñosa hija?. Entonces, podríamos preguntarnos si es que en la adolescente poseída, no se representa simbólicamente la pulsión de la sexualidad que se acerca y que la enfrentará a la perversión del goce sexual por encima de cualquier norma. Ese no es acaso, el miedo al desborde, que los padres temen para sus hijos?. Creo que aquí el El exorcista nos muestra libidinalmente la sexualidad, pero no para plantear una salida conservadora para volver a la castidad, sino para confrontarnos ante nuestro propio goce obsceno, pero sobre todo a la división subjetiva (angustiosa) que las personas deben experimentar en relación a su sexualidad en el contexto del protestantismo norteamericano sujeto a la liberación sexual iniciada en los sesentas.        


Por otro lado, frente a la evidencia que descompleta el saber cientifico, a saber el cuerpo transformado (sexuado) de Regan y su monstruosidad, Cris MacNeil decide buscar explicaciones en otro lugar. Es así que recurre al padre Karras, un experto en psiquiatría  que además ha escrito sobre brujería. Aquí, evidentemente la historia ofrece un giro de desestabilización hacia la noción de verdad. Por un lado, el cura y psiquiatra, que ha perdido la fe y ahora parece aferrarse a las definiciones y clasificaciones científicas para entender la disfuncionalidad mental: paranoia, esquizofrenia, etc. Por otro lado, la mujer autónoma y racional, habiendo sido abandonada por la ciencia se recuesta en el “primitivismo” de la creencia fideista. 


Para iniciar el exorcismo, la orden jesuita recurre al mejor. Lankaster Merrin (Max Von Sydow), quien será asistido por el padre Karras. Merrin es un arquéologo que a inicios del film ha encontrado en una excavación en el norte de Irak, pruebas palpables que lo conducen a reconocer la existencia del “ángel caído”: el demonio Pazuzu. De hecho más adelante en el film, se desliza que Merrin ha tenido experiencias de exorcismo en el pasado, las cuales han marcado una reputación sobre sus hombros. Es así que estos dos hombres encaran al demonio en una escena de unos veinte minutos, tratando de expelerlo con el “ritual romano” bajo el brazo. “El demonio es un mentiroso, no lo escuches”(…)“Mezclará la verdad y la mentira para confundirte”   le dice Merrin a Karras antes de empezar. Pues bien el final es conocido. El padre Merrin muere por la intensidad de la sesión y el padre Karras toma el camino de la redención, frente a la incontenible culpa por la muerte de su madre. En la escena final del exorcismo insta a golpes al demonio a salir del cuerpo de Regan, pero para asumirlo el, en la condición de un portador momentáneo, ya que Karras antes de ser poseído plenamente decide arrojarse por la famosa ventana que da a la calle M. Luego entra la madre ante los gritos de Regan: “Mother, Mother” (ha vuelto en sí), pero acompañada del perspicaz policía Kinderman, quien perplejo observa el cuerpo sin vida de Merrin, la ventana rota y escaleras abajo, el cuerpo agonizante de Karras. 


En conclusión, en relación al tema de la sexualidad, la estrategia del film es la sobreidentificación, es decir, mostrar la división de la sociedad norteamericana entre dos presiones. Por un lado la satisfacción de un goce obsceno del sexo producto de la época libertaria (la genitalidad plena de los 60s, del hipismo, la liberación femenina). Por el otro,  la persistencia de la tradición moral norteamericana: la normalidad social y la normalidad mental, es decir la estandarización de la ética protestante y del pensamiento científico que pretende regular las conductas de los sujetos y homogenizarlas. Regan es pues un cuerpo sobre el cual recae la presión y las preguntas ¿Quieres sexo? Tómalo y olvidate de Dios, mejor dicho; cágate en Dios. Eso es el cuerpo poseido de la niña-mujer Regan: pulsión sexual.

Pero este movimiento hacía el goce y la liberación no es suficiente en el film, los sacerdotes exorcizantes, (los padres) uno al final de su vida (Merrin), otro en crisis subjetiva (Karras), son los representantes de una necesaria fuerza de estabilización que reclama la vuelta de cierta tradición. Y por aquí es que el film reconoce el valor de una restauración social. Lo interesante es que esa restauración no parece ser la de un discurso paterno, que define la verdad y el bien desde una óptica punitiva, castigadora. (una lógica superyoica en terminos psicoanalíticos) Si Regan debe ser reprimida y castigada por su osadía libertaria y sexual (su transformación demoniaca), el discurso religioso debería abocarse a ello, sin embargo la respuesta del exorcismo no es la de un Padre vengativo que quiere retomar su lugar a cualquier lugar. Todo lo contrario, la posición masculina del padre y que en este caso esta representada por dos sacerdotes católicos –es interesante que Blatty, deposite en los jesuitas esta misión, ya que ellos son los representantes liberales e izquierdistas de la Iglesia-, es la del reconocimiento de un nuevo momento, en el que su figura de autoridad se suspende, se relativiza, frente al avance de la mujer, como un ser único. Como ya lo ha indicado ampliamente Carol Clover en su celebre texto, Men, woman and chain saws: gender in the modern horror film. El género de horror y en particular el de posesión, marca el ascenso de una nueva mujer y la crisis de un hombre antiguo, y es precisamente este género (al lado del género slasher) el que plantea cómo los observadores (particularmente los masculinos) se identifican con la cruda e intensa lucha de emancipación de la mujer, frente a las fuerzas opresores de un patriarcalismo siempre remanente y reciclado.
  
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