domingo, 27 de mayo de 2012

Shame

Shame (Steve Mcqueen, 2011) entrega un trabajo visual y fotográfico excepcional que le sirve de plataforma a una historia de subjetividades escindidas y desgarradas por un pasado que no puede ser enterrado. Brandon (Michael Fassbender), es un asalariado exitoso en una firma de Manhattan. Este es un hombre guapo, que vive en un flat minimalista, disfrutando de su reproductor "vintage" de discos a vinilo, cuidando de su cuerpo mediante el deporte, saliendo a divertirse en las noches de la gran ciudad, etc.

A pesar de sus éxitos a nivel profesional –productos de un esfuerzo y disciplina netamente individuales- Brandon esta profundamente ensimismado. La única manera de canalizar sus pulsiones es a través del sexo impersonal. Levantes ocasionales, putas, sexo virtual, pornografía gráfica y masturbación. Llega a casa en la noche y cena mientras chatea con prostitutas virtuales, se masturba todas las mañanas en su ducha, pero también en el baño de la oficina. De hecho el disco  duro de su computadora en la empresa ha tenido que ser limpiado de una cantidad obscena de virus pornográficos.

Su vida hedonista y animalizada se ve de pronto revuelta por la irrupción de su hermana Sissy (Carey Mulligan), la cual funciona como un reverso especular para Brandon, una especie de espejo que le devuelve al protagonista una imagen de su propia perversión (lo que el es realmente) pero proyectada desde la fragilidad de su hermana menor. Sissy es también la expresión de la escisión subjetiva y el desastre emocional: una cantante depresiva de jazz con varios intentos de suicidio detrás.

No es que Brandon, este sufriendo un amor terrible del pasado, una herida narcisista que no puede superar y que ha quedado incrustada para siempre. Por el contrario, lo que el film parece sugerir es que nunca ha podido asir esa experiencia particular: el acontecimiento del amor. El compromiso, el cara a cara cotidiano, el encuentro    pasional con la pareja o el propio sentimiento fraterno hacia su hermana Sissy se plantean como inalcanzables.


Su relación más larga ha sido de 4 meses, defendiendo la idea de que las relaciones de pareja son  costumbre petrificada. Esto se hará claro cuando invita a salir a una compañera de trabajo, una chica guapa e interesante con quien tiene la oportunidad de enlazarse emocionalmente, de comenzar algo diferente a su monotonía robótico-sexual. Rápidamente lo que emerge es la imposibilidad. Cuando Brandon se plantea el amor sexual como conexión emocional, se divide, su deseo simbólico no encaja con su deseo sexual físico, ya que debe entrar en un terreno fantasmático que no conoce, en una lógica que demanda una entrega diferente. Por el contrario, su hermana Sissy es la figura opuesta, porque es el  tipo de sujeto que entrega todo a todo el mundo, sin reservas es puro amor indiscriminado. En este caso Sissy es un emisor de amor  pero condenado al fracaso, condenado al dolor de la falta de reciprocidad.  

New York significa para estos dos hermanos de New Jersey un nuevo comienzo (la escena de la canción New York, New York interpretada por Frank Sinatra y compuesta por Kander y Ebb refleja esto con claridad). La ciudad ha sido la oportunidad de dejar un doloroso pasado atrás. En boca de Sissy y en palabras a su hermano “Nosotros no somos malas personas, sólo venimos de un mal  lugar”. Entonces siempre parecen haber elementos estructurales (iniciales) que persisten repetitivamente, y que el escape frenético mediante el goce desbordado, reproduce en pulsión de muerte. El goce excesivo es sufrimiento. Esta es una película oscura, muy oscura, pero legítima, porque devela el dolor de la soledad masculina contemporánea. Una división subjetiva entre la completud de un amor que no llega y tal vez no llegue nunca, pero que debemos aprender a soportar y la entrega pulsional a la genitalidad que nos lleva al fuego del sexo como adicción.   

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Este film no podría ser lo mismo sin el oficio de Mcqueen, quien a su vez es fotógrafo de profesión. La construcción narrativa de los encuadres y los contrapunteos de tiempo acompañados de vientos y teclas agudas que penetran cualquier coraza, permiten que esta historia hiper-realista se vea envuelta en un halo onírico que la ubica en un horizonte simbólico netamente artístico. Finalmente, Michael Fassbinder, actor fetiche de Mcqueen, entrega un registro dramático de calidad.


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