miércoles, 14 de septiembre de 2011

The boys in the band


Hace poco, comprando películas, me quede pegado frente a los abrumadores catálogos de mi dealer, tratando de pensar en algo interesante para pedir. ¿Brother tienes algo de William Friedkin?. Junto con varias que ya tenía –Contacto en Francia (1971), El exorcista (1973), Cruising (1979), Bug (2006)—, me saco una que no había visto: The boys in the band (1970). Por la tapa, parecía una película de gangsters, sin embargo cuando la puse en casa me dí con la sorpresa de que era una película sobre un grupo de gays en sus treintas. La cinta no era lo que esperaba, pero aún así le di unos minutos. Luego pasa el tiempo, te quedas hasta el final, y te das cuenta que haz visto una BUENA.

Creo que esta percepción se asienta en el hecho de que a pesar de estar localizada al interior de una cultura y de una experiencia vital específica –la homosexual neoyorkina— esta obra tiene un alcance universal, te interpela (te mueve) independientemente de lo que te guste hacer o dejar de hacer con tus perversas fantasías o con tus genitales y zonas aledañas.

Michael (Kenneth Nelson), ha puesto su departamento de Manhattan para celebrar el cumpleaños de Harold, un verdadero queen-freak. El anfitrión es un tipo refinado que se siente profundamente solo. Uno a uno van llegando al baile los invitados de esta intima cofradía. Donald, un sujeto depresivamente equilibrado que no puede plantearse expectativas razonables de vida. Emory, la típica loca sobrexpuesta, llena de extravagancias y manierismos. Hank un profesor de secundaria, el homosexual-hombre, ajeno al comportamiento del marica. Larry, fotógrafo de modelaje y pareja de Hank, el gay que no quiere comprometerse del todo, defendiendo el derecho de su goce poligámico. Bernard, un alegre afro-americano socialmente ascendente. Alan un invitado sorpresa que resultara siendo el reprimido que no puede salir del closet, el que odia su propia condición. Y finalmente, “Tex el cowboy”[1] un adolescente que se gana la vida de puto, y que Emory ha contratado como regalo de cumpleaños para Harold.

El film se desarrolla en el flat de Michael, en el East side de Manhattan. Solo vemos a estos 9 personajes, cada quien expresando a su manera, sus tristezas y alegrías sus facetes artificiales y sus síntomas inconcientes. Cuando todo parece desmoronarse, aún así, ellos permanecen, como si estuvieran atrapados a un espacio que les da al fin y al cabo sentido. Hay muchas películas contemporáneas que expresan bien la frase que Sartre popularizó en su obra de teatro “A puerta cerrada”: “El infierno son los demás”. En esa obra cuatro sujetos están encerrados en un cuarto sin saber porque, este lugar es el infierno, y el infierno para Sartre, es la mirada del “Otro”, esa mirada que te reconoce y te desnuda. Los otros sujetos invaden el campo de nuestra subjetividad, por ello ante su escrutinio, pasamos de ser sujetos, a ser objetos de su mundo. Sartre analiza con habilidad aquellas experiencias típicas de la mirada del otro, que son en general la experiencia de la inferioridad: la vergüenza, el pudor, la timidez. Por ejemplo si estoy sólo, no me avergüenzo, me avergüenzo cuando aparece otro que con su presencia me reduce a objeto, en términos de Sartre a un “en si”, una cosa, que ahora tiene dificultad en reconocerse.



Por ello, esta película ejemplifica con maestría ese terreno de intersubjetividad y enajenación. Los dilemas de cada uno de los personajes, se van a confrontar con los dilemas de los otros. La mirada del Otro es implacable y va a desencadenar una batalla por la afirmación de la propia identidad. Diversos antagonismos: odios, miedos, antipatías, envidias, repugnancias, se van a contrastar con la necesidad de reconocimiento y el sentido tradicional del amor monogámico (el ideal de completud).

Tal vez uno de los motivos por los que este film este tan bien articulado es que el guión fue escrito para el teatro. El crédito es de Mart Crowley quien la puso en tablas en 1968, un par de años antes que la película empezara a rodarse. A pesar del excelente guión, Friedkin también trabaja, y lo vemos en su manera de acompañar a los actores en espacios reducidos, en la forma como dispone el escenario, y en algunos planos y contrapicados, que se complementan con el realismo de la historia.

Nuevamente, más allá de que pueda ser una película justamente reclamada por la comunidad gay, esta nos pertenece a todos, porque, en ese departamento puede reconocerse cualquiera de nosotros (gay, straight o la combinación polimorfa que se quiera). En un reencuentro fraterno con nuestros amigos de siempre, parejas, o ex affairs; todos siempre dispuestos a medirnos y evaluarnos, a reir y llorar, a llenarnos de halagos, pero sobre todo a sacarnos los ojos.



[1] La figura del cowboy hace un homenaje directo a Midnight Cowboy, el film de culto de John Schlesinger 199)


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