domingo, 5 de febrero de 2012

Martyrs


¿Hasta donde podemos mirar en el cine?, ¿Hasta dónde podemos aguantar en la pantalla?, y sobre todo, ¿para que? Cada quien tiene su límite pero sobre lo que no hay discusión es que existe en el ser humano una inclinación natural, una especie de “voluntad de mirar” y de encontrarse prematuramente con la experiencia de la gratuidad, la contingencia, la fragilidad del cuerpo humano y su finitud, para caer en la cuenta de que somos un cúmulo de materia en descomposición y al encuentro de la muerte. Claro, nuestra tradición judeo-cristiana nos ha dado el alma, ha construido la espiritualidad abstracta, (trascendente) y de hecho nuestra naturaleza social y simbólica tiende también a separarse del cuerpo y sus pulsiones. El cuerpo es una “cárcel del alma” decía Platón. Hoy en día esa tendencia a eliminar los placeres mundanos y físicos a favor de la vida intelectual (de la contemplación) como propugnaban los griegos y luego los cuerpos morales de la modernidad protestante, se ha invertido completamente. A duras penas los conservadores observan como la gente vive un goce y disfrute desenfrenado (Sexual, informativo, consumista, racional, etc.) que en general pone el alma al servicio del cuerpo.

Sin embargo, ¿Que pasaría si invirtiéramos eso y llevásemos hasta las últimas consecuencias la máxima de Platón? Tendríamos Mártires de Pascal Laugier (2008), un film en el que un grupo sectario y secreto quiere reencontrarse con el clímax de la experiencia mística. Paradójicamente esta experiencia (vinculada al amor en la tradición occidental) sólo podría ser alcanzada a través del dolor y el sufrimiento más extremo. Por ello, la tortura, la vejación sistemática del “otro” y su anulación subjetiva a un “último suspiro humano” son los caminos hacia la salvación y la otra vida.

La niña Lucy (Myléne Jampanoí) es secuestrada y sometida a tortura conjuntamente con otras adolescentes. Las candidatas a ser martirizadas son mujeres; según la narrativa del film, esa condición esta más cercana a una sensibilidad humana que puede suspender la racionalidad. Lucy logra escapar y va a dar a un orfanato en donde conocerá a Anna (Morjana Alaoui), su compañera inseparable. Quince años después, Lucy logra identificar la casa de sus torturadores, quienes lejos de ser personas oscuras o “desviadas”, representan la familia nuclear modelo: Papá, Mamá, hijo e hija. Lucy experimenta una terrible condición producto de su cautiverio y maltrato, por lo que es acosada por una serie de visiones martirológicas culposas. Estas visiones dan vida a un ser en busca de expiación, una mujer que la persigue y la lacera y que sólo se calmará cuando todos sus torturadores estén muertos. Luego sabremos que esa mujer-visión era una de las compañeras de encierro de la pequeña Lucy, y que esta última no pudo ayudar a escapar.
Sin ninguna concesión Laugier nos muestra cómo la joven toma su revancha. La familia idealizada es exterminada, y justamente porque oculta la obscenidad más nauseosa. Anna le da el encuentro a una alterada Lucy y deberá ayudarla a deshacerse de los cuerpos, pero la experiencia es demasiado fuerte, Lucy no puede soportar la situación –la carga de su dolor y el desenlace sangriento— y se suicida degollándose. De aquí en adelante comienza otra película. Si podíamos pensar que la bella Lucy era a una afiebrada traumatizada, que tiene visiones y ve cosas donde no las hay, para acabar cometiendo un horrendo crimen, poco a poco vamos a descubrir como la perversión no puede ser proyectada a un rostro o carácter definido (los malvados o la gente que nos parece malvada), y que ésta puede estar representada por cualquiera.
Anna, descenderá a los subsuelos –simbólicos y materiales— de esta “casa de familia” para encontrarse con una terrible e innegable revelación: La familia es fachada de la secta. En los sótanos de esa casa limpia y moderna, feliz y democrática se encuentran los laboratorios de tortura más sofisticados, y la celebración de esa práctica. Anna, caerá en manos de la secta y se convertirá en su último talismán. En su cuerpo más dispuesto para encontrar la experiencia mística en el sufrimiento y el regocijo de quienes ven desde afuera la tortura. Pero si esta secta buscaba la trascendencia a través del dolor, al final de la película quedará en claro que el sentido último de la vida no puede ser cogido, atrapado, cerrado, fijado y muchos menos exigido por la fuerza.

Mártires ofrece una fascinante alegoría entre individuo y sociedad. Entre subjetividad básica, y los cuerpos socio-simbólicos (éticos, políticos, religiosos) que constriñen a los sujetos. La tortura es a mi juicio la expresión de las exigencias de una sociedad en declive (conservadora) que busca el reordenamiento del mundo desde una nueva tendencia a la disciplinación. Una homogenización robotizante que debe renunciar culposamente a la individualidad. Esto se va a ver claramente cuando Anna, trata de darle un beso a Lucy y esta la rechaza. La rechaza porque Lucy es el producto de la sociedad opresiva que fija como “deberían ser” las pulsiones sexuales. Entonces, el placer va a estar entonces en reconocer que uno es un cuerpo insignificante, sin ningún valor frente a la omnipresencia de la trascendencia, la tradición, el Estado, etc. Por ello es que siempre hay un grupo de gente que se posiciona en el lugar de llevar adelante una cruzada moralista, reeducativa, que quiere decirnos que cosa esta bien y que cosa esta mal. Y claro, si te atreves a salir de esa línea serás duramente castigado.

En el sentido anterior el camino de Anna, es el camino platónico de salir de la caverna. El mito de la caverna de Platón, es un relato de “conquistas humanas” autonomía, libertad, conocimiento objetivo, empoderamiento político, etc, y el camino de Anna de salir del subsuelo de esa casa espantosa es el acceso a la verdad, una verdad que su amiga Lucy poseía y que nadie creía. A su vez Anna representa el amor y la amistad sin condiciones por Lucy. El problema es que una vez que el sujeto conoce la verdad (su verdad) se hace peligroso para los intereses del orden y la tradición; como Sócrates condenado a morir por la cicuta. Es por eso que la tortura draconiania, casi “rehabilitadora” que va a sufrir Anna, y que estamos empujados a ver sin ningún tipo de edulcorante es en algún sentido el reflejo de una religiosidad debilitada, que sólo puede reconstituirse desde la brutalidad. Es a través de esa dureza que el sujeto es reconducido a Dios y su experiencia.

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¿Hasta dónde podemos aguantar en la pantalla?

Ese grupo de personas encargadas de moldear a las elegidas (mártires) hacia la trascendencia a punta de patada, puño y acero, pueden recordar eso que Arendt etiquetó como la banalidad del mal, sin embargo es necesario ir más allá de la creencia de que el mal se hace con indiferencia. Hoy en día parece ser que el mal y la imposición se ejercen con disfrute. En términos del marques de Sade y luego de Lacan, los perversos parten de la satisfacción de un goce primordial por instrumentalizar a sus semejantes. Desde la estructura subjetiva de un perverso, esto no es hacer el mal sino cumplir con su designio. El perverso –un torturador por ejemplo— esta convencido plenamente de que su acción brutal frente al torturado esta satisfaciendo una demanda del propio torturado.

Entonces los perversos creen fielmente que le entregan al torturado un goce. En este caso un tipo de amor al torturado. Por ello, si trasladamos este razonamiento al tradicionalismo religioso más fideista y cruzado, a esa gente que todavía quiere convertir, reprimir y alinear las almas desde distintas restauraciones conservadoras, podríamos concluir que el extremista religioso es en si mismo un perverso. Contra esas fuerzas remanentes en nuestra sociedad (Tea Party, Partidos xenofobos, opus dei, neo-protestantismos, etc.) podría estar dirigida una película como esta. Para sobreexponerle simbólicamente la represión (la sangre en la pantalla) a los inquisidores contemporáneos que quieren retomar la orientación de las conciencias y las sensibilidades a costa de eliminar la corporalidad. Eso Mártires lo expresa muy bien, la reducción del cuerpo y la experiencia humana del cuerpo a un sollozo abstracto y místico que es impuesto desde el dolor y que elimina cualquier posibilidad de construir empatía con los “otros”

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