Después de pasar por Francia y Estados Unidos, Luis Buñuel, el cineasta español, se estabilizo en México, donde filmó varias películas que articularon su pensamiento estético: su voz artística e ideológica. Una de ellas es Ensayo de un crimen (1955), en donde se relata la vida de un burgués acomodado, Archibaldo de la Cruz, (Ernesto Alonso) un cuarentón en busca de la mujer ideal; una que pueda equilibrar sus fragmentarios deseos y pensamientos. Aunque ese film no sea tan popular como “Los Olvidados” o “El ángel exterminador” –estas dos últimas plantean alegorías políticas y comentarios sociales—, su importancia reside en la centralidad que Buñuel otorga al terreno de la constitución psíquica del sujeto.
Entonces Ensayo de un crimen no puede ubicarse unilateralmente dentro de un género como la comedia, o el horror, en todo caso, sería un remanente del film noir. Creo que esto es así, porque los crímenes de Archibaldo de la Cruz, (Archie) son simbólicos, es decir, quieren decirnos otra cosa, que no remite a un goce desviado y perverso por matar. Es algo parecido a lo que representa Patrick Bateman el protagonista de Psicópata Americano de Mary Harron (2000). Los asesinatos performativos que se imaginaba Bateman, eran un canal simbólico para relajar sus ganas inconcientes por destruir la competitiva sociedad yuppie que lo absorbía. Como decía Freud, “el sueño es el cumplimiento disfrazado de un deseo reprimido”. A través del sueño las personas actualizamos o solucionamos aquellos conflictos o pulsiones que son tan intensamente indecibles o abordables en el nivel conciente.